Arguedas en su faceta de jefe del Partido Liberal
Una mirada al involucramiento del escritor y político paceño con una de las principales entidades políticas de la historia de Bolivia.
Uno de los escritores más sobresalientes del siglo XX es Alcides Arguedas (1879-1946), quien en sus obras literarias hace énfasis en los problemas sociales y políticos del país. Entre sus producciones literarias más relevantes está la novela Raza de Bronce y el ensayo intitulado Pueblo Enfermo. La lectura de las dos obras mencionadas es indispensable para conocer la realidad boliviana a mediados del siglo pasado.
Arguedas no sólo fue un connotado escritor, sino también político que militó en el Partido Liberal, que fue fundado en 1883 por el destacado militar y político Eliodoro Camacho. Del mencionado partido fue su jefe; y bajo su mandato, el 25 de septiembre de 1938 en la ciudad de La Paz, se realizó la convención de su partido. A raíz de ese evento se publicó un folleto intitulado Convención Liberal de 1938, en la que va incluido su discurso que será comentado a continuación.
El escritor paceño, en su discurso como jefe del Partido Liberal, señala que en su partido “están las familias más representativas de todos los grupos sociales y lo más sobresaliente por su independencia económica, su distinción, su cultura y su género de vida”. Aquella afirmación no deja de ser una exageración, porque los indígenas no formaban parte de su partido, ellos eran considerados como un lastre para el progreso del país. En consecuencia, el partido político de Arguedas y de otros de esa época, se organizaban sin la participación de los indios.
Los indios eran útiles sólo para la producción agrícola, y cualquier tipo de enseñanza debería estar orientada para ese propósito; además, su empleo momentáneo en los labores de la agricultura, por más de sean diestros para aquello, sólo debería ser “mientras corrientes de inmigración no vengan a desplazarlo dentro del territorio por refundición, desgaste o paulatina eliminación”. Arguedas, sin duda, deseaba la desaparición de los indios ya sea por un desplazamiento migratorio, “por refundición, desgaste o paulatina eliminación”, porque según él, “seguir conviviendo con el indio, como hasta hoy, equivaldría a conformarse con el estancamiento y aún la regresión que ofrece el país en todo orden, comparando con el progreso de los países que le rodean”. En otros términos, el estancamiento y el retroceso del país eran indilgados al estrato social indígena, como si ellos fueran los administradores del país para llevar a semejantes perjuicios.
En el campo político, diferencia entre la política y la politiquería: la primera, “es el arte de conducir con acierto los negocios públicos”; en cambio, la segunda “es el arte de prosperar y enriquecerse con los dineros públicos”. Siendo la última el afán constante de los políticos, agrega. Lo que afirma Arguedas es tan evidente, porque los acólitos que ocupan un cargo gracias al partido que logra la presidencia del Estado, obtienen réditos económicos sin mayores esfuerzos. El trabajo desinteresado por la patria, pregonado en sus discursos, es una demagogia para engatusar a los electores. Ninguna acción del político de cualquiera línea ideológica, en el pasado y en el presente, es de manera desprendida. Sus intereses personales están antes que el progreso del país y el bienestar de los demás. El Estado para ellos es un medio para enriquecerse, asimismo para gozar de ciertos privilegios que no tendrían como personas comunes de la sociedad. Gracias al engaño, siendo esta acción una de sus mayores “virtudes”, logran y se mantienen en el poder.
En la época de Arguedas, la disputa por el poder se daba entre el Partido Republicano y el Partido Liberal; sin embargo, a esa contienda política se fueron sumando los políticos que profesaban la ideología del socialismo. Los socialistas para él, eran personas que incitaban al cambio, a la revolución que, de acuerdo a su postura, “perturban el orden y estregan la libertad”. Esa afirmación hace entrever que el jefe del Partido Liberal, no era condescendiente con los cambios sociales, políticos y económicos que se podrían dar con una revolución.
Por otra parte, los socialistas no son de su devoción, porque a ellos les considera impostores y demagogos al pretender “nivelaciones imposibles y rigurosa justicia social, impracticable”; además, por presentar a la persona “como un ser puro y sin entrañas, o sea sin apetitos y creyendo que se puede convertir el mundo en una especie de refugio paradisiaco o edénico donde esos hombres puros e irreales se guiarán solamente por el amor, el bien al prójimo y el santo y bendito desinterés”. Los socialistas siempre pretendieron construir una “nueva sociedad” con personas demasiada idealizadas o divinizadas que en la realidad no existen, porque nadie es perfecto; todos tienen sus defectos, así como sus virtudes. La sociedad como es tan heterogénea, los condescendientes con el socialismo, cuando se hacen con el poder, homogenizan e imponen sus dogmas a la fuerza. Los reacios a ellos pueden ser recluidos o eliminados.
Arguedas, en su alocución, en vez de focalizarse en todo lo concerniente a su partido, se desvía hablando -entre otra cosas- sobre sus desdichas personales a raíz de sus publicaciones, al respecto indica: “Por un artículo que se escribe en el país benévolo y generoso para mí, cien se publican llenos de odio, de bilis, de envidia, de procacidad o de infamia. Por cada frase amable y justiciera que oigo, cien insultos y procacidades o alusiones llueven sobre mí”. Él ha sido incomprendido y vilipendiado por no escribir en sus producciones intelectuales sobre las buenas acciones de un determinado grupo social, sino por dedicarse a visibilizar lo que estaba reñido con la moral; además, las críticas hechas a su persona, sin duda, se debieron también a que en distintos gobiernos, a los que criticó, había ocupado cargos públicos, así como rememora por periodos: “De 1910 a 1913, secretario en las Legaciones de París y Londres. De 1922 a 1924, cónsul general en París. De 1929 a 1930, ministro en Colombia. De 1931 a 1933, otra vez Cónsul General en París”.
Su mayor aspiración como jefe, no es ganar una elección para gobernar, sino “tratar de inyectar sangre nueva al partido haciendo lo posible por atraer; y si atraer es difícil, por lo menos inspirar simpatía y confianza, a una brillante muchachada que se viene preparando en el gabinete de estudio”. Lo que se propone es digno de un político de bajo perfil y no así de uno que tenga mayores pretensiones.
Arguedas termina su discurso con una exhortación exagerada: “Bolivia desaparece si no reaccionamos contra la mentira, la simulación, el engaño, el robo, la brutalidad (…). Bolivia se va si seguimos fingiendo patriotismo y desinteresados servicios al país cuando a ocultas lo único que se hace es servir intereses propios o de grupo y acrecentar fortunas privadas”. No es nada raro de que en su alocución acabe con algunas preocupaciones muy ligadas a los vicios y taras. Casi en todos los acápites, se detuvo demasiado en hablar sobre el mal proceder de las personas y de los políticos. No tuvo un objetivo claro y ambicioso para su partido, tampoco estaba en sus pretensiones encaminarlo hacia una victoria electoral.
Educador y egresado de Sociología – feltamf7@gmail.com

