El Mundo de mi Memoria. Exposición homenaje al artista Enrique Arnal
Con estas palabras fue inaugurada la muestra dedicada al maestro potosino (1932-2016) en el Palacio Portales de Cochabamba, donde permanece abierta al público hasta el 26 de octubre
Casi un centenar de obras de trece coleccionistas privados e institucionales, un documental en base a una entrevista de Alejandra Echazú y producida por Matías Arnal, Acción Artística Efímera de Enrique Arnal y la Fundación de Estética Andina un video con fotografias de Cecilia Lampo y producido por Rodny Montoya, son las fuentes principales de esta exposición.
Desde la inauguración en La Paz visitaron mas de 1.000 personas la muestra. El público ha valorado la intensa y diversa trayectoria del artista, la recupera y la vuelve a poner en valor.
La narrativa de la curaduria de la exposición homenaje a Enrique Arnal no es cronológica y gira principalmenta en torno a tres cuadros: El Mundo de mi Memoria, Las Puertas de lo Invisible y El Mundo de la Antigüedad que nos conducen al sentir del artista de su constante irradiación del silencio y de lo subterráneo, de la memoria como un vínculo que conserva la sustancia de una imagen, la memoria que se forma en la vida del cotidiano y es recuerdo o pasado; los cuadros nos llevan a espacios y atmósferas particulares que, de inmediato, logran dirigirnos a esos ‘mundos’. Los cuadros como imágenes los relacioné con un ensayo de el filósofo boliviano Mario Miranda, que escribe El Pais y la Memoria cuando estaba exiliado en Mexico en el año 83. Y se refiere a la memoria como vinculo que conserva la sustancia de la imagen previendo como reinstalarse en un pais distinto.
El Mundo de mi Memoria es la obra mural que en 1989 resume los temas recurrentes de la obra del artista. Pero, ¿cuál puede ser el sentido de pintar un cuadro tan grande? Nos proporciona la posibilidad de ‘entrar en el cuadro’, de dejar de ser un objeto para convertirnos en una imagen, en un ente puramente visual en el que nos involucramos, nos reconocemos, nos sentimos en nuestro entorno. El artista permite que tengamos ese espacio común; al mismo tiempo, su monumentalidad y franqueza nos cautivan. Su cromatismo avasalla nuestra identidad. Retratos de grupo, perfiles de arquitectura, perros que deambulan, vigorosos gallos o un robusto toro. Como puestas en un plano, las imágenes actúan en una narrativa no lineal en separados espacios del extenso Altiplano. Su aislamiento es lo que las une.
A pesar de la vastedad de temáticas que abarca Arnal desde sus primeros cuadros durante su estadía en Chile, apreciamos que, a lo largo de su vida, trabajó seis u ocho temas que van desde su memoria tan arraigada de la niñez en Catavi, donde percibió la naturaleza mitificada del Altiplano y la cordillera, hasta los ejes para representar el carácter de la figura humana. Incursionando siempre en diferentes géneros pictóricos, no dejó de pintar sistemáticamente; su trabajo incesante permite entender que experimentaba una necesidad urgente de comunicar su intimidad creativa a través de los códigos de su obra, que, como él mismo sostiene, eran una acumulación de recuerdos de montañas con una percepción alimentada por el misterio marcado por el cielo azul y el paisaje despoblado como únicas referencias.
El Mundo de lo invisible o Réquiem para la Montaña son el manifiesto de la pérdida de glaciares en la Cordillera de Los Andes, la pérdida de la nieve en el manto que cubre la montaña y al mismo tiempo, como él mismo sostiene, la pérdida de la espiritualidad y de la luz. También representan estas obras la pérdida del carácter sagrado de la montaña y la pérdida trascendental de la referencia para el habitante: “La pintura es testimonial de este proceso, ejecutada al acrílico con tintas y óleos en formatos grandes que demandará alquilar local espacioso…”. A partir de estas reflexiones sobre su práctica artística y de sus motivaciones y fundamentos –que fue expresando en entrevistas, notas y documentos públicos– deja traslucir su procedimiento creativo que puede desplazarse entre lo irrepresentable de la realidad, lo imaginario y lo simbólico, como la fiesta. También puede abstraerse totalmente de la forma y pintar con plena libertad, con un manejo rápido y seguro del dibujo, con un despliegue técnico asombroso que ancla además en un extraordinario manejo del color.
El Mundo de la Antigüedad posee varios niveles de acercamiento, como un concepto indispensable que marca el tiempo histórico, la evolución o la pervivencia del pasado, que es representado en un círculo oscuro, casi negro, rodeado de formas irregulares que se asemejan al Valle de la Luna, situado en las cercanías de La Paz, donde solía ir a caminar. El círculo es una representación mística de los pueblos más antiguos, es un símbolo de unión; pero también puede representar el vacío, lo profundo, lo desconocido o el socavón de la mina.
Rendimos un homenaje al gran artista Enrique Arnal, quien, junto a Alfredo La Placa, María Esther Ballivián, Luis Zilvetti, Armando Pacheco, María Luisa Pacheco y Oscar Pantoja y muchos más consolidaron vanguardias, entregaron obras que definieron tendencias y pensamientos. La obra de Arnal no deja de fascinar: pinturas monumentales o de menor formato y dibujos e intervenciones artísticas se ubican en el núcleo de los cambios artísticos. La exposición habla del cultivo de su fuerte sentimiento de arraigo a los imaginarios bolivianos, así como de una pertenencia a un territorio extremo y monumental, en la cual se expresa de forma fuerte, espontánea y honesta, las sensasiones en las que la creación de sus pinturas permite la convivencia de la realidad experimentada, de lo intuido y del mundo de lo invisible.
Nuestro equipo de trabajo formado por María Tapia, Loida Lanza, Natalio Choque, Andrés Choque, Desiderio Aranda y Jhodi Mendoza, y mi persona saludamos al público.
María Isabel Álvarez Plata

