¡Vista al mar! (primera parte)
Esta narración testimonial del periodista e historiador boliviano Carlos Soria Galvarro se publicó por primera vez como folleto en 1982. Posteriormente fue recogida por Eduardo Duschatzky en un libro sobre Bolivia publicado en Buenos Aires, ese mismo año. También en versión portuguesa en el suplemento cultural de “O’Diario” (Portugal) en enero de 1983. Se hizo una segunda edición en 1993 en La Paz con un prólogo explicativo, varios anexos documentales y fotografías, en formato de pequeño libro de 122 páginas. Por tercera vez se publicó en el libro RE CUENTOS (La Paz, 2002), recopilación de trabajos dispersos del autor.
Es una frase que antes no conocía. No había tenido oportunidad de toparme con ella. No se siquiera si forma parte de la jerga de los cuarteles o fue improvisada en aquella ocasión…
Cuando la escuché por primera vez, sentí una especie de alivio. Con frecuencia uno pasa largos minutos buscando las palabras necesarias… pero damos vueltas y revueltas y no nos salen: ensayamos una tras otra y hallamos que no nos gustan… la una es muy sonora, la otra demasiado formal o ninguna expresa a cabalidad lo que queremos decir. Suele suceder, sin embargo, que de improviso, generalmente cuando tenemos la mente ocupada en otra cosa, se aparece la frase feliz. Desde algún oscuro laberinto de la inspiración e impulsados por una fuerza ignorada, los términos se dan a conocer… ¡ahí esta!… esa es la expresión que andábamos buscando.
Esta vez las palabras me llegan de afuera, me las gritan al oído:
¡Vista al mar…!
Si salgo de esta ese será el título de mi relato. ¿Relato…? No se aún si elegiré el género fantástico o testimonial. No he decidido todavía si haré un cuento-denuncia, un cuento-ficción o una denuncia en regla… ¿Realismo a secas…? ¿Realismo bárbaro o realismo mágico…? En fin de cuentas eso no puede establecerse de antemano. Tendré que decirlo, naturalmente, pero después habrá tiempo para elegir la manera. Por ahora es más necesario vivir.
¡Vista al mar.. carajo!
¿El mar…? Pucha que está lejos… Con las manos en la nuca, la vista baja y las rodillas dobladas pienso en el mar y me pongo a evocar ese primer encuentro… ¿Qué año sería? ….Quizá 1965… ¿o fue en 1966?… El hecho es que estoy en Lima, es domingo y extrañamente la gente viste de color morado: túnicas, corbatas, camisas y pañoletas del mismo tono. Supe que todos se dirigen a la procesión del “Señor de los Milagros”… Ahora recuerdo que el fanatismo de los limeños me lo expliqué esa vez por el reciente devastador terremoto: la religión como consuelo para desesperados… Camino por Colmena, cuando un pequeño autobús frena a mi lado como despavorido, mientras un hombrecito colgado del estribo grita con voz de plañidera:
¡Callaou… Callaou… Callaou!
Callao es el mar… ¡Arriba pues! Cinco soles el boleto y ya voy en dirección al océano. El aire húmedo que ingresa por la ventanilla me golpea con fuerza en la cara… Pero, eso de ser forastero en ciudades grandes y desconocidas tiene sus inconvenientes. Después sabría que el mar estaba más cerca del otro lado, en dirección del barrio elegante de San Isidro. No obstante, me acerco al mar y eso es lo que importa. Luego de casi una hora de veloz recorrido me dejan en un punto terminal, pero las aguas no aparecen por ningún lado, en vano mis pupilas se afanan por encontrar los vastos horizontes del mar… Sólo niebla brumosa y largos muros blancos que se extienden en lo que intuyo debe ser el puerto. Entradas y portones completamente cerrados, clausurando el acceso al mar. Un aire de desolación en rededor. Y, a pesar de todo, no puede estar muy lejos… Después de mucho caminar pegado a la extensa muralla, encuentro movimiento de gente, vías férreas, chatas casas de pobres y un olor a pescado y a diesel saturando el ambiente… Descubro un estrecho corredor empedrado lleno de transeúntes… ¡el mar tiene que estar ahí!. Me adentro en el tráfago humano del pasadizo y, al rato, junto a una plataforma de cemento indescriptiblemente sucia, varias canoas de pescadores ofreciendo su mercadería… Cientos de pelícanos acezantes, mientras esperan las vísceras de pescado, revolotean oscureciendo la visión; pájaros mugrosos y hambrientos de aspecto lóbrego y deprimente. Al final de la calzada… unos pocos metros de mar brotando desde la bruma, nada más (después sabría que estuve en lo que se llama una caleta). Qué decepción… ¿dónde está el mar infinitamente azul de las canciones…?
“Bolivia tiene montañas…
no mar…”.
-¡Vista al mar he dicho carajo, que estás mirando!
El golpe lo siento en la nuca como un hálito frío recubriendo mis carnes… Pero si sólo estaba pensando en el mar-callao mientras mis ojos se posaban sin ver a través de una ventana que tengo arriba de la frente… ¿Qué había detrás…? ¿Una cancha de básquet?… podría ser… Al fondo unos muchachos manipulando grandes turriles negros, de seguro preparan el “rancho”.
-¡Qué miras huevón, he dicho vista al mar!
Algo como un manotón o arañazo me recorre la cara, siento el ruido de mis lentes al caer sobre las lozas, no puedo reprimir un ademán de querer recogerlos, pero el pisotón se me adelanta, crujen los vidrios y comprendo que es en vano. Además, una seguidilla de golpes me deja sin iniciativa: rodillazos, puntapiés, cachetadas… Conque, espiando por la ventana, ¿no?
No hay más remedio, vista al mar, sólo mirar el suelo y un trozo de la parte baja de la pared… Y aunque me asomara de reojo a la ventana, sin lentes apenas alcanzo la mitad del presunto campo deportivo, los soldaditos al fondo son nada más que manchas desfiguradas que se mueven perezosamente.
¡Qué joder! necesito volver a este momento, tangible y concreto, real. Imposible seguir evadiéndose. Estás aquí verdaderamente, ya no tiene caso seguir ignorándolo. ¿Pero… cómo empezó esta extraña pesadilla a la que tanto me niego a retornar…?
Simón a dicho muy serio: compañeros, hay que apresurar la reunión, el golpe está en marcha, adoptaremos algunas medidas organizativas y debemos desconcentrarnos…
Las radios ya se ocuparon de propalar la determinación del paro y del bloqueo, ahora quieren tomarla los de Canal 7 televisión… se encienden reflectores y funcionan las cámaras… ¡todo parece tan irreal…!
Primero fue un estallido aislado, seco y cortante, interrumpiendo la lectura… Las miradas se cruzan, no hay tiempo siquiera para que alguien pregunte qué es lo que pasa. Comienzan las ráfagas, persistentes y continuas… los cristales se desploman. Nada es ficticio, las balas se incrustan en puertas y paredes… ¡no estamos ni espectando ni filmando una película…! Estampida general, todo el mundo corre, o más bien se arrastra, hacia arriba, hacia abajo, atrás, adelante. Pero es inútil, estamos rodeados. El edificio de la COB se ha convertido en una auténtica boca de lobo. Marcelo desde el suelo, su palidez era la palidez de la muerte, enseñándome su revólver: esto es pretexto para que me limpien… Si hermano, moviendo la cabeza antes que hablando, mientras veo que su mano de artista alcanza al de su lado el pequeño objeto metálico que pasa de mano en mano y es ocultado en los escombros (después sabría, Marcelo, que no necesitaron de ese pretexto para limpiarte).
Quizá en esos instantes comenzaron mis intentos de evadirme de la realidad. Quiero convencerme de que estoy ausente…Aunque, no es eso precisamente, estoy aquí, pero desde otra dimensión. Soy apenas un espectador invisible. A un ser irreal no se puede golpear ni matar, seré un testigo imparcial que después contará todo lo que está pasando. Por momentos la táctica me daba resultados: veo los miedos terribles en los rostros de los demás y no descubro mi propio miedo… y vaya si debo tenerlo. No estoy venciendo el pánico, cuando más trato de ocultarlo detrás de una pasividad total, de un completo dejar hacer.
Somos el vivo retrato de la impotencia. Y la imprevisión. Copados por un comando paramilitar, a pocos minutos de haber decretado lo que todos creíamos las medidas salvadoras: huelga general y bloqueo de caminos. Descendemos las gradas en fila con las manos en alto (Marcelo y Carlos no llegaron hasta la calle, tampoco Gualberto que estaba en el patio trasero). Es la primera vez que veo un “paramilitar”, luego existen, no son seres inventados… El que tengo cerca, presiona mis costillas con el caño de su metralleta, como casi todos lleva una polera de cuello alto… ¿sirve acaso de algo intentar su “identikit”?… digamos por lo menos que en la comisura de sus labios tenía marcas de espuma, saliva desecada… ¿estuvo mascando chicle?… ¿estará bebido o drogado?… lo que no puede ocultar es que tiene un susto atroz, está poseído por el miedo. Me sonrío para mis adentros… ¿existirá un aparato para medir la tensión de los nervios provocada por el miedo?… este sujeto batiría todos los récords… Pero… estamos con los brazos vacíos en alto y él tiene una metralleta FAL, apretada en su costado… el dedo índice posado sobre el gatillo. Y así, ¡qué importan los temores que pueda cobijar su cuerpo retorcido y trasnochado…! El y sus amigotes son los dueños de la situación.
La calle está desacostumbradamente desierta para un jueves a mediodía… Aunque sólo una parte de la calle, claro, ahora lo veo mejor. La gente se está reuniendo y comienza a agitarse en las bocacalles próximas. Gritos y silbidos, lejos una primera piedra que se aproxima rebotando en el pavimento… Tienen más miedo que nosotros, se aterrorizan con las piedras que ni siquiera alcanzan a llegar… carajazos vociferantes entre ellos, todos parecen mandar a todos, disparos al aire. Cuando avanzamos por la vereda, rumor de pasos increíblemente veloces hacia la puerta abierta de un edificio lateral (después Oscar Eid me diría, no fue mi mente la que decidió escapar, fueron mis pies). ¿Habría sido mejor el terror supremo de esos segundos de carrera enloquecida hasta la portezuela metálica, o la inercia de lo desconocido a la que somos empujados?… De todas maneras, ya no hay elección posible, como se arrea al ganado, somos empujados a los vehículos estacionados en la calzada…
Allí prosiguió la cadena de asombros. Carros blancos nuevecitos con grandes cruces verdes pintadas en los costados. No estamos ni enfermos ni heridos todavía, pero las sirenas de las ambulancias truenan en el aire guiando la columna. Nosotros apilados en el piso, amontonados como leña, encañonados, golpeados, silenciosos y circunspectos… Interrogo casi al oído a Cayetano Llobet sobre la suerte de Marcelo y el me responde con una seña cabalística: la mano extendida y la punta de sus dedos imitando un cuchillo que pasa por el cuello.
Sólo al acercarnos a la Facultad de Medicina parecen percatarse de lo grotesco de la situación… hacen señas y se gritan mutuamente: ¡Oculte su arma, cojudo! Vuelvo a sonreír para mi coleto, esto es un secuestro sin duda, pero cientos de personas tienen que haber visto el insólito espectáculo de una caravana de locas ambulancias con forajidos armados asomando por las ventanillas. Decenas más tienen que haber visto por cuáles portones abiertos desaparecieron casi sin disminuir su velocidad… ¿De qué servirán sin embargo, estas observaciones…? ¿Quién o quienes se ocuparán de investigar y esclarecer lo que está sucediendo?
-¡Bajarse señores!
Ni bien descendemos se desata la golpiza general. Ya no tienen miedo, se sienten a sus anchas, como en su casa, hasta se ríen. Están apurados (deben ir a Palacio y no se cuidan de decirlo). Se saben protegidos y ostentan un aire de triunfo. Adentro, en el hall del Gran Cuartel, manos contra la pared, no mirar a ninguna parte (vista al mar), entregar cinturones, corbatas, dinero, papeles, cordones de zapatos, relojes, todo lo que traigan…
-¡Ahora van a ver, huevones!
No hemos vuelto a saber nada de Lechín (casi nadie recordará después el momento de su desaparición). Simón Reyes es la cabeza más visible. La miel para las moscas… Sangra abundante por la nariz y la boca. Antes de recibir una andanada de golpes que me nubla la visión, logro alcanzarle mi pañuelo.
¡Vista al mar…! nuevamente en toda la regla: manos a la nuca, los ojos en el suelo (¡qué me estás mirando, huevón!), rodillas dobladas, torso inclinado hacia adelante, descalzos y en hilera. Descendemos por patios, corredores y oficinas de la ciudadela militar de Miraflores, la sede más conspicua del alto mando militar. A trasmano, algunas gradas. Después… olor a guano de caballos, penetrante, con reminiscencia a verdes campos… a desfiles del 6 de agosto con excremento depositado impúdicamente en mitad del asfalto… ellos no saben de fechas cívicas ni conocen los símbolos patrios, ¿verdad?
¡Vista al mar, cojuditos…! !Y nada de hacerse los machos!
Carlos Soria Galvarro

