De las grandes y pequeñas batallas, de las internas y externas. Todas
La nueva película de Paul Thomas Anderson, protagonizada por Leonardo DiCaprio, Sean Penn y Benicio del Toro, se exhibe en cines de Cochabamba y del resto del país
En el hemisferio norte, donde se están librando batallas reales y simbólicas a diario, la nueva película de Paul Thomas Anderson es un suceso, especialmente en Estados Unidos, país al que la película alude directamente, y también en la crítica o periodismo especializado, espacio donde se está dando una de esas batallas simbólicas que menciono. Al público anglosajón le ha gustado, pero, para muchos, será incómoda o incluso ofensiva. Por estos lados, donde las revueltas y amenazas de revolución son parte de nuestra forma de vida, y con justa razón, la película parece haber tenido un impacto menor, pero sigue siendo uno de los temas más comentados de estos días. Se está escribiendo mucho sobre Una batalla tras otra (One battle after another) y creo que vale la pena continuar en esa tarea.
Para mí, Una batalla tras otra, antes que una comedia o un drama, es una sátira muy bien construida, en la que casi todos los personajes son como una especie de hipérbole de su propia esencia. Sean Penn, que, si hablamos de exagerar nunca desentona, está muy buen puesto aquí, despliega todo su repertorio expresivo, trabajado al detalle, para dar vida a un coronel exacerbado y caricaturesco, que, sin embargo, da miedo. Leonardo DiCaprio, especialmente desde Don’t look up (2021), ha encontrado un perfil de personaje atolondrado y explosivo, en el que se siente cómodo, y aquí funciona, pues si bien, a diferencia de Penn, no quiere construir un personaje metódicamente, de todas maneras, siendo siempre DiCaprio, logra darle profundidades importantes a Bob. Un padre que busca a su hija desesperadamente (casi la mayoría del tiempo drogado), aunque también caricaturizado es más terrenal que muchos otros del género de suspenso y acción que hayamos visto. Lo de Benicio del Toro, como un sensei latino que alberga migrantes, es un elemento agridulce en la trama, pues acciona las escenas de comedia más hilarantes, pero, a la vez, es el anfitrión que nos muestra un poco de la oscura realidad de los “trenes” subterráneos de migrantes en los Estados Unidos. Por otro lado, el personaje que sirve de eje a la historia, esté presente o no, Perfidia Beverly Hills, el nombre de guerra del personaje de Teyana Taylor, es un huracán revolucionario y sexual sin posibilidades de contención, igual de exagerado que el coronel Lockjaw. Ambos son antípodas que explosionan todo el tiempo.

Esta es posiblemente la película menos densa de Paul Tomas Anderson en cuanto a capas narrativas o puestas en escena de despliegue simbólico o estético, aquí, tanto la acción como los diálogos desembocan siempre en una frenética persecución, siempre hay un enfrentamiento a punto de explotar, una necesitad angustiosa de moverse. Nada destaca específicamente, pero todo encaja a la perfección. Y ahí es donde, contradiciéndome un poco, puedo decir que el montaje es la mejor herramienta para la contundencia de la película, lograr en casi tres horas un subibaja emocional sin agotar, en estos tiempos, es un milagro. Debo confesar que me desagrada el montaje y ritmo actual de las películas comerciales, influenciadas mayormente por el género de superhéroes, en donde no hay guion que pueda soportar un corte apresurado, rápido, ejecutivo, un crimen para el arco narrativo, todo en aras de la ansiada retención de la atención. Este no es el caso, el montaje está en función de la narración y no al revés, la historia pide algo frenético o desbocado, sí, pero la tensión del suspenso se construye también de otras formas, como la brillante escena de persecución en la carretera desértica llena de lomas u “olas” de cemento. Existen sí, algunas escenas en donde el vértigo se detiene y son especialmente necesarias para entender a otros personajes, como los aventureros de la navidad. Una especie de logia supremacista blanca, que, en el mismo tono hiperbólico de la trama, caricaturizan a los ya estrambóticos personajes de la actual ultraderecha internacional, pero que no nos distraiga la ficción, la charla que tienen en su bunker secreto refleja sus contradicciones y miserias (por decirlo elegantemente) de antes, ahora y del futuro.
Es importante detenernos, aunque sea por un momento en el personaje de Perfidia Beverly Hills, su importancia es radical en la película y merece un texto solo para ella. Una batalla tras otra es una adaptación libre de la novela de los 90 Vineland, del escritor norteamericano Thomas Pynchon. Aunque Paul Thomas Anderson, también guionista de la película, adapta a su aire la novela, el cómo enfoca a Perfidia, Frenesí en la novela de Pynchon, es revelador para entender el espíritu de la historia. Tan solo el nombre ya es una declaración que nos revela su condición. En la novela de Pychon, Frenesí es más una especie de mito, la metáfora de un ideal marchito, no se sabe muy bien sus características físicas, más allá de su atractivo y sensualidad, la misma que sedujo a las comunidades hippies y revolucionarias de los 60’s, además, su arma es el cine, la cámara. La Perfidia de Anderson, por otro lado, es más terrenal en todos los sentidos, encarna sin tapujos a una mujer negra revolucionaria, que le es solo fiel a sus deseos y ambiciones, que excita en todas las dimensiones posibles a un blanco racista que es coronel del ejercito norteamericano, es la encarnación de la ambigüedad y compleja relación entre el poder y el contrapoder.

En las primera escenas Perfidia parece sacada del video clip de Chemical Brothers, “Out of Control”, esa parodia a la revolución inspirada en una línea de The Clash “Huh, you think it’s funny turning rebellion into money”. Ella es una especie de símbolo o idealización, tal vez más a tono con el espíritu crítico de Vineland. Pero es solo la primera capa. Perfidia se complejiza en la misma medida en que descarrila como una vorágine que arrasa con todo. Es la esencia de la revolución, sí, pero también es la madre ausente y no deja de ser una mujer libre o que busca desesperadamente seguir siendo libre. Es esto lo que fascina y perturba a Lockjaw (deseo que es también correspondido), quien se siente seducido por esa vorágine a la que finalmente quiere destruir, una relación que muchos críticos han entendido como una metáfora de la colonización. La imagen que, parcialmente sintetiza las contradicciones de Perfidia, embarazada (posiblemente de Lockjaw), accionando un rifle, será ya un ícono de la historia del cine.
Pero, por otro lado, está lo que Perfidia deja, un padre soltero sin brújula, Bob, que sufre el abandono de su mujer, porque ella está enfocada en sus objetivos e ideales (si esto fuera a la inversa suena a una historia muy conocida), que a pura prueba y error a logrado criar a su hija, Willa, en medio de sus frustraciones e impotencias, hija que de su madre solo tiene una imagen, nuevamente idealizada. Lo doméstico, viene a ser el espacio que inunda de realidad la puesta en escena de la revolución que hace el director, entre ingenua e inspiradora. Las escenas entre Willa y Lockjaw son también otra batalla, de posturas, de género, de generaciones.
Paul Thomas Anderson, en esta película, decide ser enfático, hablar claro de su postura ideológica; sin embargo, sigue siendo crítico y dota a sus personajes de matices y capas, al mismo tiempo que los hace atractivos, seductores, como sus secuencias de acción, otra habilidad no muy conocida del director. Puede que esta no sea la película más sofisticada de Anderson, ni la mejor de su filmografía siendo rigurosos, pero es la que responde, como ninguna, a una necesidad básica e histórica de decir verdades urgentes, de gritar y finalmente de cuestionar, y lo logra, y si vamos atrás en su filmografía, la recientemente estrenada, es una lógica y brillante consecuencia.

