Gastón Ugalde, señales de lo invisible
Una visita a la muestra ‘Territorios revelados: un homenaje a Gastón Ugalde de sus hijos’, en La Paz
Señal uno: dos mujeres trabajadoras vestidas de amarillo limpian la impoluta sala de exposición de la CAF en el barrio de San Jorge. Están rodeadas de obras de Gastón Ugalde (1944-2023). Caminan los cactus chamanes disfrazados de esculturas textiles (esos que llegaron hasta Shanghai-China; pasean el nudo naranja/amarillo de “La Marcha por la Vida” (2009). Me imagino por un instante que estas dos mujeres afanosas han aparecido mágicamente para formar parte de la instalación. ¿Acaso su amarillo no rima con el mundo Ugalde? ¿Acaso no es un guiño a la dualidad de su universo: individuo versus comunidad; tradición versus contemporaneidad? Gastón dejó muchas enseñanzas. Aprender a ver lo invisible fue/es la más hermosa de todas.
Ningún hombre es una isla, ya lo dijo el poeta hace siglos. ¿Acaso no fue Ugalde más que un artista un filósofo? ¿Un investigador privado, un viajero de otro siglo? ¿Un chamán sentado al borde de la periferia para atrapar lo inasible/invisible? Marcel Duchamp hubiese preferido llamarlo “médium”.
El gran activo de la obra de Ugalde es/fue el propio artista. Cuando las dos mujeres de amarillo se van con un “buenos días”, la quietud se apodera de la sala. El silencio, el vacío de la mente y la contemplación son trampas para poder ver lo invisible.
Señal dos: es la mañana del último día de la muestra “Territorios revelados: un homenaje a Gastón Ugalde de sus hijos”. Nota mental: luego me enteraré que la exposición se ha prolongado hasta finales de junio. A la carrera entra en la sala el galerista de arte Ariel Mustafá. Pregunta: “¿hoy es el último día?” La secretaria asegura que sí. “¿Hasta qué hora están? Hasta las cuatro de la tarde”. Mustafá ha dejado su carro mal estacionado en la Avenida Arce. A la carrera vuelve a la calle. Me imagino por un momento que una fuerza de otro mundo lo ha expulsado del lugar. Ha sido el “Gas”, me imagino.

Señal tres: en una esquina de la sala, una video-instalación proyecta una pieza del pionero del arte contemporáneo boliviano que llegó a crear 30.000 obras (diez mil de ellas se encuentran/realizaron fuera de Bolivia). La labor de la flamante Fundación Gastón Ugalde (al mando de Canela y Mariano-“Mago”, sus hijos) cataloga actualmente este sinfín número de piezas/legado (muchas de ellas inacabadas).
El objetivo es mostrar todo lo que Ugalde exhibió en el extranjero y es desconocido en nuestro propio país. Muchas de esas obras son/fueron efímeras pues el arte es para soñar, no para vender. Muchas de ellas fueron rechazadas en Bolivia por destilar/mezclar identidad/rostro ancestral y resistencia cultural con lenguajes contemporáneos. Si todavía hay personajes de las clases medias/altas que no pueden digerir ni entender que Ugalde (como los grandes de la pintura universal) trabajara para/con presidentes de uno y otro color… Nuestra burguesía (esa llamada a transfigurar en mecenas) es corta de miras.
En el video cuatro hombres -también afanosos- arrojan un aguayo gigante/multicolor sobre un cerro de Achumani. La montaña luce ahora arropada, abrigada. Los dioses tienen menos frío; ahora cuentan con una frazada invisible. El paisaje (sobrenatural) ha sido transformado.
Uno de esos laburantes invisibilizados del arte contemporáneo es el “Masmo”, el eterno ayudante del “Gas”. El secreto/clandestino hacedor de sus obras. El puntal de su factoría “warholiana” de arte.
Señal cuatro: en la otra sala, la de bienvenida, corre otro video. Es “Sal cortada”. Ugalde, más vivo que nunca, luce postrado debajo de una gran cantidad de sal blanca a modo de embudo. La tela que todo los sostiene es cortada con un cuchillo. El artista es enterrado, la sal cubre su cuerpo en el templo/salar. “Todo es vida, todo es arte” el lema de la Fundación Gastón Ugalde, es otra de las enseñanzas. Todo es materia, esas materias bolivianas con las que trabajó el artista/hacedor/pensador: sal, tierra, textil, cuerpo, viento, piedra, cactus, cielo, fuego.
Señal cinco: hay artistas que dejan obras; otros, simplemente huellas. Una de ellas está pintada en la pared exterior de la galería Salar en el barrio de Sopocachi. En las noches, el rostro de Ugalde custodia la noche paceña. La muestra “Territorios revelados” -cartografía de una vida- tiene acá su segunda sede/parada. Un cuadro/mapa me recibe en la escalera. Es “Sudamérica II (2009-2022); es un “collage” en hojas de coca. El sur es el norte y el norte es el sur. Es la interpretación del famoso concepto del artista uruguayo Joaquín Torres García: “Nuestro norte es el Sur”.

En el segundo piso me choco con otra instalación presidida por “Aruskipt’asipxañanakasakipunirakispawa” (la palabra más larga del mundo que viene a significar en aymara: “Tenemos que comunicarnos”). Ugalde se apropió de esta idea del escritor chaqueño Jesús Urzagasti. Otras obras, la mayoría, no llevan título: los cuadros de Gastón evocan el misterio.
Señal seis: en la noche de la inauguración de la muestra en el Salar, cuatro amigos del artista charlan y beben sobra una pesada mesa en el tercer piso. Cerca está la bodega secreta de excelsos vinos bolivianos; cerca están los tragos destilados y el muñeco de trapo de Ugalde y Andy Warhol. En la pared hay dos cuadros: dos sillas diminutas presidenciales sobre fondo negro y fondo blanco. Con ellos ganó una de las versiones del Premio Salón “Pedro Domingo Murillo”.
En un instante fugaz, la mesa se cae a pedazos. Todos se asustan. Es otra señal (llámalo magia). Algo no le ha gustado al dueño del Salar, al chamán/guardián de la casa; ése que nos dejó más huellas que obras; ése que fue abrigado por el volcán Tunupa para dejar surcos eternos en el desierto blanco.
No tenemos un escritor “for export” reconocido por medio mundo; no tenemos un nombre que pueda ser asociado al país en cualquier lugar remoto del planeta; no tenemos un Borges, un Neruda, un “Gabo”, un Guayasamín, un Rubén Darío. Quizás Ugalde es Bolivia y todavía no lo sabemos.

