Memoria sobre un festival de música (II): la ceremonia de los Últimos Glaciares
Segunda parte de la crónica de un festival de bandas emergentes en Cochabamba. Un festival autogestionado por debutantes que inician la ardua tarea de gestión cultural en esta ciudad
Ahora llega el momento de los glaciares. Los muchachos suben y prueban los instrumentos. Compruebo que todo suena bien. Ellos también lo comprueban. Respiramos aliviados. Suena “Heaven or Las Vegas” (de fondo, ya saben el preludio a los shows). Me animo un poco, aunque estoy lejos. El Andrés vestido de Hada Angelical gélida o no sé qué, hace arabescos en el aire. Los chavales del público parecen no responder a su intento. Capaz no conocen a los Cocteau Twins. El Andrés sigue, pero hoy no es el centro de atención. Hoy el TDA impera en el aire.
Alguien recita unos versos que no comprendo. Me gusta la propuesta: es como un bar beatnick pero en el nuevo milenio. Los muchachos replican esos acordes de ensueño con los que inicia esa maravillosa canción. Los sueños que anhelo tener están musicalizados con dreampop y tienen el color de la portada del Loveless. Nunca sueño nada, lamentablemente. Andrés sigue danzando, pero cada vez menos.
Espero sea un buen show, pero ya la desilusión me invadió. Estaremos acá le digo con cara de culo a mi mujer, cuando de repente cesa la música, el Andrés se va y el Chelo empieza con las notas de un sintetizador endiablado que te atrae como cuerno sagrado al ritual. El Adrián empieza a tocar al ritmo del arcade más clásico. La ceremonia ha empezado. Los Glaciares son una ceremonia y nunca decepcionan, hoy me lo van a comprobar.
El público autista voltea a ver. Es inevitable. Son una fuerza de la naturaleza, no los puedes evadir. Al frente mío, unos señores con pinta metalera, que están embotados de tanta cerveza, despiertan de su letargo para ver a los Glaciares, se levantan pesadamente y van con devoción. Yo voy con ellos. Me acerco a la zona menos epiléptica cuando empieza el Jhony con “Al final, detrás de tus ojos, pude ver, que no estaba solo”. Están tocando “Radar”, pero no es el Radar de siempre, es una versión de la puta madre. Radar es el corte clásico de los Glaciares. Su caballo de batalla, su vieja confiable. Los muchachos son inquietos, nunca van a lugares comunes, nunca hacen lo mismo. Todos los conciertos tienen algo diferente: por ejemplo, la mística del lanzamiento del Ceremonias; el vaivén de barco ebrio del Valluna Sunset, donde el Chelo se largó con un slice de color verde ante los ojos atónitos de sus groupies o la locura de la Fiesta de la Música, donde la gente ya no estaba en sus cabales.
Yo estoy ahí atónito. ¿Qué es esto que escuchan mis oídos? Me aseguraron que el concierto iba a gustar y veo que no mentían. El grupo luce increíble. Me mira el Chelo y me hace un gesto de si suena bien, asiento con la cabeza y él sigue concentrado como técnico de planta nuclear metiéndole duro al sintetizador. Esta canción tiene muchas cosas nuevas: el eco de la voz del Jhonny, la batería electrónica del Adrián que marca el ritmo de la canción y que suena a hit de los 80, la guitarra con la tonada característica, el sintetizador, el maravilloso coro: “Nada en este mundo es en vano, si es que piensas que estas de más, y lo estas”. Nihilismo en su más pura expresión, pero idealismo también: “Lo que piensas es verdad, si tu sueño es real, lo que vives es real si tu sueño es real” bueno, es un poco enrevesado, pero es un himno. Muchas veces me he visto tarareando el coro de la canción en cualquier situación de la vida, eso es pues un himno: algo pegadizo. Por lo menos se me pegan estas maravillosas canciones y no cagadas.
Los muchachos la rompen. En el coro de la canción, el ejercicio es maravilloso, se complementan, logran un efecto mágico ahí donde antes había oscuridad. Todos son la pata de algo, ninguno sobra. Apenas es la primera canción y el público otrora viendo sin parar el mismo tiktok de manera incesante, ahora menea la cabeza, baila, salta, se mueve. Los Glaciares hacen milagros, son el Dr Frankestein.
Para la segunda canción, que es “Ceremonias”, la cosa va muy bien. Amo de Ceremonias ese intervalo donde la batería del Adrián se escucha increíble y la guitarra, con ese sonido tan incompresible y maravilloso, está en todo lado, mientras el ritmo de la música te transporta al Breakfast club en una versión punk disco. Ceremonias es una canción que tiene su romance. Me fijo alrededor y hay cierto cachondeo en el aire: las parejitas abrazadas admiran a los Glaciares con ojos emocionados, los más avezados se besan, quizás la letra los pone así: “El azul de este lugar, en el mar nadará más, la balsa pasa, dónde ya no queda más, esas muestras de amor, suben por los cielos, donde va empezando, la última ceremonia”. Para algunos, esta dosis de libido es excesiva y se les sube rápidamente a la cabeza, volviéndose feroces animales en celo. A nuestro alrededor se movían dos chicos, hombre y mujer, con atuendos victorianos como de 1800, danzando torpe, pero maravillosamente. Se mueven, gesticulan, se toman de las manos, se miran, se caen estrepitosamente al suelo. Están en su ritual particular. Espero que se puedan acostar, si no sería un desperdicio.
Ceremonias es un discazo. La sucesión de hits es única. A mí me maravilla la portada, donde hay una foto de una ceremonia nupcial. Me cuentan que la sacó el Adrián de casualidad. Él estaba por la laguna Alalay, cámara en mano y apareció una pareja ataviada y no perdió la oportunidad. El momento y el lugar correcto. El Adrián no solo sabe tocar la batería como un dios, sus fotografías son otra cosa. Es Eggleston.
En el Uh Oh Uh Ou Uh Oh, los changuitos del público saltan y se golpean levemente. Estoy satisfecho. Sorbo largo a mi helado Budweiser. La fiesta se va animando.
Y el Andrés. ¿Dónde está?, me pregunto y nada, no hay. Es extraño esto. Es un infaltable del show con su histrionismo y sus disfraces. A lo lejos lo veo escuchando desanimado, con gesto deprimido de empresario que ha quebrado. El Vic, por su parte, está loqueando, pero está tranquilo. A pesar de todo, nada le gana a la música.
En este show en particular, la banda va a tocar varias canciones desconocidas alternadas con los viejos clásicos de su repertorio. Así que entre “Hermano Siames” y “Shangai Kid”, existen pausas con temas que engalanarán su nuevo disco. Las “compos” suenan increíbles y hacen que mi pie derecho marque una cadencia con frenesí de bailarín de la edad media. El show no da respiros, es una sucesión de temazo tras temazo, te pega como una bofetada en la cara por su carácter sorpresivo e interminable, pero, a diferencia de otras bandas, los Glaciares no te cansan, te obligan a mirarlos. Ellos en sí mismos son el show, y todo lo demás es un complemento, las luces de ensueño, el humo, el sonido que te envuelve maravillosamente.
El Andrés deprimido no se puede resistir a “Labios ultramar” y corea enloquecido: “Semisombra artificial, una luz existencial, en mis manos que se caen, cuando llegue a este lugar”. Es una de la favorita del auditorio Yo me deleito con esa guitarra shoegaze que se detiene en el aire y que se siente desde la punta de mis pies hasta la raíz de mis cabellos. Es un riff del Edu, que ya no está en la banda, siempre lo dicen. Lo extrañan también. Yo me pierdo en la música, embelesado. Tocan “La explosión” y su sonido caleidoscopio atrae a los enamorados que contemplan ese temazo mientras se mueven como parejas en baile escolar. Entre pausa y pausa, se cuelan las primeras notas del bajo de “Age of consent” de New Order y la batería lo acompaña. Es un momento sublime. El Vic también está conmovido, la banda le dedica una canción, un cover de “riángulo de Amor Bizarro, la canta solo y subyugado como una Santa Teresa extasiada ante la presencia de Dios. Seca su chela. Yo hago lo mismo.
Es el preámbulo al final. El vaivén de emociones me ha satisfecho. Los Glaciares salvaron la noche. Suena la batería y el público ya sabe que eso significa una sola cosa. La próxima canción es “Gatopark”. En todos sus conciertos, los Glaciares cierran con Gatopark. Debe ser una de sus pocas constantes. Es el rito que precede el fin de la ceremonia. El Chelo con una guitarra funky que variará hasta la suciedad más pura empieza a cantar: “El mundo no está igual, en ella pierdes tus cimientos, arriba del altar, un edificio que te lleva al cielo…”. Baile y Frenesí. Se ha consumado el Ritual. Todos ahora somos unos iniciados y los Glaciares nos han conducido exitosamente.
Ha acabado el festival Bajo Cero. La gente se empieza a ir. Voy emocionado a halagar a la banda ante la avergonzada mirada de mi mujer. Los chavales del público están ahí, estáticos, han vuelto a su estado normal y permanecen catatónicos. Hace un frío de la puta madre, pero qué show se han mandado los Glaciares. Un show que nunca se borrará de la memoria de quienes como yo amamos a esta banda.
Favio Javier Sandoval Lopez

