‘Los de Abajo’, un admirable desastre ambiental
Una reseña de la película boliviana dirigida por Alejandro Quiroga, que en estos días participa en el Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz (Francia) y cuyo protagonista, Fernando Arze, acaba de ganar un premio en Países Bajos
¿Es posible una Tarija oscura, valle de plantas marchitas y gente morena?
Para el discurso oficial de las élites, probablemente no. Porque, ¿acaso no se ha visto hasta el cansancio la Tarija de postales, spots publicitarios y eslóganes cliché? Esa Tarija que ríe y canta todo el tiempo, blanca y andaluza, de verde exuberante, diurna y dorada
Para la narrativa dominante, embriagada de la bebida del tarijeñismo, probablemente no haya otro rostro para ese territorio. Y también para las clases populares elitizadas, porque allá, y donde sea, la chapa de tarijeño a cualquiera hace sentir distinguido.
Pero hay excepciones. Hay gente que no se ha embriagado con esa bebida, o si se ha embriagado, ha dejado el vicio, se ha vuelto abstemia, aunque por periodos.
Creo que uno de esos abstemios eventuales es Alejandro Quiroga (Tarija, 1983), director de la película Los de Abajo, estrenada en Bolivia en mayo de 2023.
Los de Abajo es un admirable desastre natural, una película que desafía el verde exuberante del discurso hegemónico. Su locación es Rosillas, región campesina de Tarija. Ahí, Gregorio (interpretado por Fernando Arze), hombre adulto, parco y obstinado, vive asediado por fantasmas asfixiantes (como en Muralla, de Gory Patiño), fantasmas de distintas escalas: la familiar (la muerte de su esposa y la mala relación con su hijo), la comunal (el rechazo de sus pares campesinos) y la de clase (el enfrentamiento contra la autoridad política y el poder terrateniente de la región). Gregorio ve agonizar en sus manos un terreno familiar ubicado en la parte baja de Rosillas: el caudal de agua que debería alimentarlo es desviado por un coronel argentino dueño de unas tierras cultivadas en la zona alta del pueblo.

Amplios colores tierra y verdes secos introducen al espectador en la película, son los árboles del invierno, es el suelo deshidratado de un campo violentado. Mientras la cámara se desplaza sobre ese paisaje, aparecen precarias construcciones de piedra y adobe, propias de una generación envejecida o en fuga que otrora las habitaba. Al mismo tiempo, la cámara busca también el cielo, que, a pesar de estar despejado e intensamente celeste, es sobrevolado por carcanchos (aves de rapiña) y por sus graznidos, premonición o confirmación de muerte.
¿Quién, tras esa primera escena, podría reconocer a Tarija en ese ambiente? Tal vez más de uno cuando, hacia el fin de la toma descrita, comienza a sonar una caña, instrumento musical típico de la región. Su ritmo no es aquel popularizado reiteradamente por su rol festivo, es uno de temple grave y pausado, tenor de una marcha fúnebre.
Hacia el final de la película, aparecerán más de estos instrumentos para musicalizar un ritual de despedida, de adiós definitivo.
Hasta ahí, con solo unos minutos de filmación, Los de Abajo es un logro, una proeza en medio de lo que pueda llamarse cine tarijeño.
Ante la cada vez más aguda desolación de su terreno familiar, Gregorio decide acudir a la comunidad de Rosillas para solicitar, mediante una votación, se utilice un tractor para redirigir el cauce del agua hasta su acequia. Varios comunarios lo escuchan. De entre todos los reunidos, uno se apura a rechazar la solicitud, argumentando que Gregorio no tiene derecho a pedirles nada porque nunca asiste a la iglesia del pueblo. El resto de los asistentes calla, con un silencio apabullante asiente; son miles de ojos que encienden una hoguera. Y, ¿qué se puede pensar de este gesto? ¿Qué se puede pensar de un gesto que antepone un rigor religioso colonial a la salud de la tierra? ¿Qué más sino a una Tarija oscurantista y conservadora, rabiosamente católica?
No es detalle menor que en la vivienda de Gregorio no aparezca una sola imagen religiosa, un solo santo.
Ni tampoco es indiferente que los casi ochenta minutos de cinta estén habitados por rostros morenos, por rostros morenos con acentos neutros, sí, neutros, casi vaciados del tono chapaco cantado, tan extrañamente apreciado por gente del interior. Aunque otro observador pueda juzgar a Quiroga por esta maniobra, en lo personal me parece notable. ¿Por qué no valorar la cadencia neutral de una lengua en medio de un contexto enfermo de ismos (nacionalismos, regionalismos, etc.), en medio de discursos que se esfuerzan, muchas veces con violencia, por establecer fronteras comunicativas al interior de un mismo territorio, de un mismo pueblo? Valga el argumento o no, la maniobra es un puño contra el rostro, ese rostro blanco, simpático y risueño, que dicen que habita en el Sur.
Los de Abajo ya no está en la cartelera de los cines paceños, y es poco probable que en otras ciudades todavía continúe. Como también es poco probable que su impronta permanezca aún en el imaginario de la mayoría de sus espectadores. Con toda certeza, la Tarija sucursal del cielo vuelva a pulular en todos los espacios narrativos, sean visuales, sonoros, o aquellos exclusivos de la imaginación.
Claro, la película también cae en aspectos cuestionables, como en la representación del género, al utilizar a la profesora del pueblo como depósito sexual y emocional de las frustraciones de Gregorio, que, al final de cuentas, es otro machirulo más. O como en esa histórica y agotante insistencia de buscar en Argentina, en algo que pueda ofrecer Argentina, un correlato de la identidad tarijeña. ¿Por qué tiene que ser argentino el personaje que cumple el rol de terrateniente, que ostenta el poder y la virilidad en una comunidad campesina?, ¿por qué argentino, si tipos con esas cualidades hay muchos en Tarija?
Ante todo, el resultado de esta cinta es de sobra positivo, más cuando se puede escuchar la voz de Alejandro, el director, en una entrevista de 36 minutos, donde, con una postura crítica y reflexiva, cuestiona algunos rasgos del territorio que lo vio nacer, gesto que eleva la experiencia de Los de Abajo. En la entrevista, alarmado por la creciente cantidad de suicidios en Tarija, comenta: “Allá pasa todo tan lindo que a veces parece irreal, y es a ratos irreal porque no puede ser todo tan lindo. Hay frustraciones que la gente no sabe cómo sacárselas de encima. Es preocupante vivir en un lugar en el que siempre pasa lo mismo”.
Es que, en Tarija, después de Los de Abajo, después de este chispazo disidente, todo sigue siendo igual.
Marcio Aguilar Jurado

