‘Zona de interés’, la naturalización de la monstruosidad
El notable film de Jonathan Glazer, ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes y candidato al Oscar a mejor película, se exhibe en cines bolivianos
Una familia y sus amigos disfrutan de un soleado día de verano junto al río. Padre, madre, cinco hijos pequeños, todos gozan en armonía, sin estridencias, de ese remanso de paz y naturaleza. Las voces –en alemán- son tenues y calmas, sin gritos ni estridencias. Los planos son generales y destacan el idealismo bucólico del conjunto. Las ropas y los peinados indican que se trata de otra época, los primeros años ’40 del siglo XX. Para cuando regresen a su casa, el espectador poco a poco podrá ir infiriendo la identidad del pater familias y de su esposa: se trata del Obersturmbannführer Rudolf Höss, comandante nazi del campo de concentración de Auschwitz, y de su esposa Hedwig. Ambos habían construido su idílico hogar, pleno de luz, espacio y confort (piscina incluida), exactamente al lado del mayor campo de exterminio nazi, pared de por medio, como si nada sucediera del otro lado de ese muro interminable coronado por alambres de púa.
El cuarto largometraje del director británico Jonathan Glazer (después de Sexy Beast, Reencarnación y Under the Skin) toma su título, Zona de interés, de la novela homónima de Martin Amis, pero poco más, salvo la inspiración para su tema: la naturalización de la monstruosidad. De hecho, la novela de Amis se basó en el caso Höss, pero no lo menciona por su nombre, mientras que Glazer lo restituye para crear una de las mejores ficciones que se hayan hecho sobre la Shoah. Y una de las más originales también: todo lo que sucede en el film transcurre del lado exterior del muro, en ese paraíso artificial cuyo cielo nunca deja de estar contaminado por el humo de los hornos crematorios.
La película toda es un enorme “fuera de campo”, un término cinematográfico que alude a todo aquello que queda fuera del encuadre del plano, pero que el espectador puede intuir por diversos recursos formales, como el sonido, por ejemplo, que Glazer aprovecha magníficamente, permitiendo escuchar –siempre ahogados por cierta distancia- los gritos, disparos y el rumor constante de esa fábrica de la muerte donde se asesinaba a tiempo completo. Como si nada, sin embargo, los Höss (Christian Friedel, Sandra Hüller) y sus hijos disfrutan de su casa con jardín, en el que Hedwig -orgullosa de que la llamen “la reina de Auschwitz”- cuida de sus lilas y begonias, ante la mirada satisfecha de su marido.
Lo notable del film de Glazer –ganador del Grand Prix del último Festival de Cannes y candidato a cinco premios Oscar- es su capacidad para transmitir todo el horror de aquello que no se ve ni se nombra sin el menor énfasis ni subrayado. La información se va sumando gradualmente y será el espectador quien tenga que ir completando sin apuro ese puzzle siniestro. Unos técnicos alemanes vienen a ver a Höss y le explican las mejoras que pueden introducir para hacer más eficientes los hornos crematorios, como si se tratara de una panadería. En otro salón de la casa, Hedwig se prueba frente al espejo un abrigo de piel, mientras deja que su servidumbre disponga de otros bienes menos valiosos que llegan a la casa regularmente, desde el otro lado del muro. El titulo mismo del film se explica sin que se lo mencione: esa “Zona de interés” como la bautizaron los burócratas nazis eran los 40 kilómetros cuadrados que ocupaban el campo y sus aledaños, para evitar testigos de la masacre, pero también para hacer negocios y conseguir mano de obra esclava. “Todas las grandes fábricas se están mudando”, dice con admiración uno de ellos y hasta menciona a la Siemens.
Hay grietas, sin embargo, en esa construcción edénica. Por caso, la pesadilla recurrente de una de las hijas de Höss, que alude a la leyenda de Hansel y Gretel, narrada en un lúgubre negativo en blanco y negro. La relación literalmente subterránea que el comandante del campo mantiene con una joven prisionera. La súbita orden de traslado de Höss, que provoca la ira de Hedwig, mucho más que esa infidelidad, de la que parece estar al tanto: “No podemos dejar esta casa, aquí construimos nuestro hogar”, se la escucha levantar la voz por primera vez. Y también la aparición de una náusea final, que parece expresar un malestar casi metafísico, y que excede a quien la padece.
La gélida, clínica distancia con que Glazer filma a sus criaturas impide cualquier forma de empatía. A pesar de la excelencia de la pareja protagónica, en Zona de interés no hay personajes a quienes aferrarse. Se diría que la película de Glazer es esencialmente conceptual: no son los individuos quienes están en la mira del director sino un proceso histórico que, como señala la coda del film, no debería pero podría llegar a repetirse. La inquietante fotografía del polaco Lukasz Zal (Cold War, Ida) y la desconsolada partitura electrónica de Mica Levi van en ese mismo sentido y el efecto es escalofriante.