Sobre la tabla del Cartel Afónico
El día viernes 17 de noviembre, en el festival de música por una cultura de paz Wist’uk, después de una serie de muchas bandas en vivo, y muestras de diferentes expresiones artísticas y literarias, se subió al escenario Cartel Afónico para cerrar lo que había sido una jornada con la intención de alguna forma devolverle a la universidad estatal ese aire de trinchera de la expresión libre.
Es tan difícil pensar en lo que define eso que podemos llamar rock nacional. Es tan difícil establecer una historia del rock nacional sin dejar de añorar el bosquejo de rockstar y todo lo enajenado del discurso que se nos viene regalando desde las pantallas, la pirotecnia de los medios y la admiración del show extranjero. Lo complicado es que se vuelve inevitable ser absorbidos o estirados por el impacto de la ola. Un experto en desastres naturales, explicaba que lo más destructivo de las olas al romper el límite de su alcance con el mundo de tierra firme, no es precisamente el golpe de llegada, sino más bien lo que termina jalando al retornar a su fuente, en ese arrastrar es que se lo lleva todo, dejando las huellas del cómo las cosas han intentado aferrarse con uñas y dientes a tierra firma. La arena queda cicatrizada por la desesperación de no poder evitar ser llevados por la violencia de la profundidad rabiosa del mar.
Cartel Afónico es esa banda que ha entendido el vigor de surfear sobre la voracidad del mar embravecido; son cuatro piratas que, a través de acordes fuertes, un bajo sutil y una batería que desde lo personal ha logrado alcanzar la perfección de la precisión y de hacer el movimiento quirúrgicamente necesario, no me refiero a esas delicadezas del jazz, sino más bien al gancho del boxeador que quiere alcanzar el nocaut, siempre con la carga de furia adecuada, para hacernos sentir que cada golpe del bombo viene desde lo más profundo de la sobrevivencia y el ritmo.
Pero dónde radica la fuerza de la trascendencia de la música de esta banda. La respuesta surge casi apenas comienzan sonar, lo hacen al tener la perspectiva bien enfocada de lo que significa sobrevivir al arrastre de la ola y en ese proceso aprender también a saber alejarse lo suficiente. Por otro lado, la fuerza de esa mirada y espacio tiene que ver con la capacidad de composición, con la consciencia clara de lo que significa escupir una letra para el público. Pensar la estética y la poética, no desde el absurdo de la intimidad de ombligo, o desde el crucigrama de referencias y versos maltrechos que lamentablemente tanto corean muchas bandas de nuestra ciudad y de la mayoría de ese espectro llamado rock nacional.
Cartel Afónico sabe narrar los sucesos de la ciudad, cuando estás apenas sobreviviendo a los cuentos de amores de cemento y asfalto, y en esa clave tan simple, radica la profundidad de las raíces y fortaleza de sus pies frente a ese vacío que se agita con fuerza. Porque antes que el misterio y la sombría complejidad de “las metáforas de la noche”, se encuentra toda la vitalidad de la experiencia del ánima, que también sirve para nombrar el hueco del cañón en las armas de fuego.
Percibir además del talento de los músicos, la soltura de sus movimientos corporales en esas pulsiones que se transcriben en notas musicales, permite a la experiencia de estar frente a ellos sentir la armonización del ruido con la memoria de habernos perdido algún día, de habernos mantenidos arrebatados debajo del agua; primero sintiendo la fuerza del golpe cuando llegaba el hastío y después ser arrastrado entre euforia, miedo y más vicio. Pero en ese estar perdidos haber disfrutado tanto el sentido de la lejanía del camino de las expectativas de la verticalidad del mundo, que la furia de la corrección no pudo masticarnos y que de repente lo único con lo que se podía contar era la música; era un Cartel Afónico.
Escuchar el día viernes la fuerza de Cartel Afónico, en una edificación que resguarda en sus entrañas la corrupción dinosaurica del favor político y de la rosca de educadores, que tienen como plan pedagógico enseñar el arte de negociar el privilegio de la asociación del voto estudiantil.
Escucharlos en el corazón de un país que hoy tiene como principal material para suspirar el humo ocasionado por la ambición desmedida de venderlo todo. Sentir lo auténtico de la vocación de cada uno de estos músicos, estando en medio de una pirotecnia de sujetos que desesperadamente buscan la dignidad de su activismo de oficinistas anclados a sus corbatas que tratan de encontrar en el triunfo del presidente de Argentina, alguna metáfora literaria que les permita ser vistos con la etiqueta de guasones culturales.
Sentir la distorsión, los gritos, la fuerza del movimiento saliendo del escenario y desde lo más profundo escuchar cómo se entona el código más oportuno para mirar el cómo se forma una ola del simplismo común de una sociedad que se esfuerza por comediar dos masacres, pero a la vez rezar con devoción en la puerta de los cuarteles para pedirle a dios su bendición. ¡Mierda, mierda, mierda! es la opción que se despide desde el micrófono para con la música saber que siempre se puede superar el golpe y reducir sus consecuencias.
Cartel Afónico es de esas bandas que nos permiten entender el subirse a un escenario como una vocación de consagración al cuidado del otro. Desde la técnica y el amor por su quehacer; se animan a montar ese caballo salvaje llamado lenguaje. Para desde la furia de sobrevivirlo, convocar a los otros que también han sobrevivido y que esperan de esa forma ser menos golpeados y menos arrastrados, porque somos muchos que esperamos al micro que va a ninguna parte y necesitamos hacer de esa esquina un hogar.
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