Sobre la llegada del “arte degenerado” a Bolivia
La introducción del arte abstracto a nuestro país en 1953 provocó reacciones que ilustran cierto conservadurismo y anacronismo de nuestro país en materia artística.
El jueves 4 de marzo de 1953 se inauguró en el Salón Municipal de la calle Colón del La Paz la que es considerada como la primera muestra de arte abstracto en Bolivia. Titulada “Ocho pintores contemporáneos”, reunió trabajos de artistas entonces ya afamados en el ambiente cultural local: María Luisa Pacheco, María Esther Ballivián, Jorge Carrasco Núñez del Prado, Mario Campuzano Guerra, Enrique Beuer, Armando Pacheco, Freddy Velasco Maidana y Raúl Calderón.
La muestra constituye en un hito en la historia del arte de nuestro país, estando consignada en las historias de la pintura boliviana que Pedro Querejazu y Carlos Salazar Mostajo publicarían sendamente 36 años después de su realización, en 1989, acaso por representar el inicio del abstraccionismo en nuestro país, acaso por la trascendencia y notoriedad que adquirirían en los años subsecuentes dos de sus participantes tenidas hoy entre las principales artistas bolivianas del siglo pasado: María Luisa Pacheco y María Esther Ballivián.
“Ocho artistas contemporáneos” coincidió con lo que entonces y ahora es considerado como un periodo de “renovación” de la cultura y el arte en nuestro país, tanto por evidenciar cierto agotamiento de la estética indigenista en la plástica nacional, como por el surgimiento de una nueva generación de artistas sociales y abstractos designada en las obras de Teresa Gisbert, José de Mesa y Pedro Querejazu como “Generación del 52”.
Aunque ya para finales de la década de 1960 el abstraccionismo se había consolidado en el medio artístico boliviano – como puede evidenciarse, por ejemplo, en la premiación de pinturas abstractas de Armando Pacheco y Alfredo La Placa en el Salón Municipal Pedro Domingo Murillo, de La Paz –, la recepción crítica que recibió la exposición “Ocho artistas contemporáneos” devela los sesgos de la época contra el abstraccionismo, manifestando, consecuentemente, cierto conservadurismo en el gusto artístico local así como su anacronismo en relación a las tendencias internacionales del arte. La polémica suscitada en relación a la muestra ilustra, asimismo, una curiosa contraposición entre el arte abstracto y el arte social, sostenida desde la década de 1950 por un sector del público local. En esta oposición artificiosa, el arte abstracto constituiría una especie de importación cultural carente de originalidad y pertinencia en la realidad nacional, mientras que el arte social se enarbola como un ejercicio valido en su servicio de las luchas sociales del pueblo o una herramienta constituyente de la “identidad nacional”.
Estas últimas observaciones pueden evidenciarse en la revisión de los artículos críticos a la exposición de marzo de 1953 publicados en periódicos locales las semanas siguientes a su inauguración. La Nación, diario oficialista y apologético de la Revolución Nacional de 1952, dedicó al menos siete textos referidos a la muestra abstracta en diferentes secciones. En cuatro de ellos – firmados por nombres que hoy resultan insignificantes como Milo Boc, Luciano Durán, Luis Raúl Durán y Carlos Velarde- se la tilda como como una “jugarreta”, “poco original” de “elegante esnobismo”, estando compuesta por obras que evidencian simplemente “infantilismo” y “amontonamiento de colores “bonitos””. Asimismo, se califica a los artistas participantes como “poetas desaguzados de la línea y el dolor”, “faltos de imaginación o disciplina de trabajo”, efectuando, además, ataques personales a algunos de ellos. Sobre el arte abstracto dirán que se trata de “una manifestación propia de sociedades en decadencia”, siendo que rehúye a “la noble función cultural del Arte Serio” y que “no produce una función cultural en pro de las mayorías humanas”. El siguiente párrafo de la columna regular “En Frasco Chico” de Velarde ilustra bien el posicionamiento conservador y localista demostrado por los escribidores de La Nación:
“Bolivia es un país joven y sano; además de ello, en la subestructura, se halla en proceso de liquidar aquellas formas que frenaban el acceso de todos los bolivianos al disfrute integral de su condición humana. En Bolivia, por lo tanto, no tiene cabida la importación de un arte que es producto esencial de sociedades viejas, podridas y dentro de las cuales el alma del hombre, como las relaciones sociales de los hombres, se hallan en crisis. Bolivia va a crear un arte propio, porque, en todos los órdenes, se halla en un proceso creador; un arte que, con los instrumentos y la técnica de la civilización occidental, transparente el espíritu del hombre andino, lleno de fuerza, integridad y hombría. Los numerosos ismos con los que agoniza la actual sociedad europea, se hallan fuera de nuestra sensibilidad, son veneno para nuestros jóvenes pulmones…”
La percepción que se tenía del abstraccionismo como un “arte degenerado”***, así como de la oposición entre arte abstracto y social, se manifiesta también en la voz un artista que, paradójicamente, sería llamado a convertirse en uno de los principales cultores de esta tendencia artística durante la segunda mitad del siglo XX: Oscar Pantoja.
En una breve entrevista, publicada en La Nación el 25 de marzo, el hermano del muralista social Miguel Alandia Pantoja, califica la exposición de los ocho artistas como “intrascendental” y “típicamente colonialista”, “una simulación cobarde y sin substancia”, que evidencia que “existe todavía en pie un reducto de la oligarquía, que pretende, con estas simulaciones, engañar la conciencia del pueblo boliviano”. Asimismo, quien sería conocido en las próximas décadas por una abstracción de alto lirismo y admirable factura técnica, explica que la abstracción es un arte “perfectamente superado y caduco”, contra el que “se debe luchar” por estar vinculado a las elites y ser “opuesto al pueblo boliviano”.
No todas las reacciones ante la exposición de los ocho fueron, sin embargo, negativas ni contrarias al ejercicio de abstracción en Bolivia. De hecho, la crítica más extensa y mejor informada de la muestra también se publicaría en La Nación unos días después bajo la firma por el crítico de arte más importante de la época, Rigoberto Villarroel Claure, quien exactamente un año antes había publicado el libro “Arte contemporáneo en Bolivia”.
En el texto, que es una transcripción de una disertación leída en Radio Illimani, Villarroel Claure elogia la “bella muestra pictórica tiene el valor en Bolivia de ser nuestra mejor obtención técnica”, explicando que se trata de un movimiento que acomoda el arte nacional “al ritmo de la época” y elogiando particularmente, aunque sin entrar en detalle, el trabajo de cada uno de los artistas expuesto en el salón municipal. Asimismo, anticipa el lugar que la abstracción tendrá en el arte nacional de la segunda mitad del siglo XX, afirmando que la exposición “representa una repercusión honda y provechosa que fija la norma a seguirse en nuestras futuras producciones”. Al respecto, complementa que en cada uno de los artistas “hay no obstante una alta y noble inquietud especulativa que tiende a superarse y llegar a un a cumbre desde la cual será posible que cada uno encuentre el camino propio y descubra su personalidad de acuerdo a su temperamento”.
El autor del primer libro de crítica de arte en nuestro país, y primer historiador del arte boliviano en el siglo XX, expone además un posicionamiento favorable ante el abstraccionismo, que en su criterio “vuelve al bello oficio de la pintura pura, sin prejuicios ni normas establecidas”, aunque reconoce que su ejercicio en Bolivia estará destinado a “un reducido público que comprenda su objetivo”.
“Si bien el arte abstracto no es nuevo en la historia pictórica, en el sentido moderno ya no es el de una mera gimnasia modular, o creación de formas opuestos a lo objetivo, sino de una especulación superior que busca resolver formulas nuevas, como son las matemáticas puras; en vez de apelar al razonamiento se interna en una sensibilidad intuitiva, metafísica y abstracta de donde saldrá acaso una teoría estética como un descubrimiento librado al genio del artista insatisfecho y amante del infinito”, complementa.
Una postura igualmente benévola ante la exposición es manifiesta en periódico El Diario que le dedica una página entera de su suplemento cultural. En el texto de autor anónimo de esta, se explica sucinta y didácticamente el sentido del arte abstracto y sus antecedentes históricos. Esta página, incluye asimismo ocho fotografías del acto de inauguración y de los cuadros expuestos, en las que se puede ver a los ocho artistas posando junto al ministro de Educación, Fernando Iturralde Chinel y otras personalidades de la época. Por textos noticiosos de La Nación y El Diario sabemos, además, que la exposición contó con una favorable recepción de diplomáticos de otros países así como de notables intelectuales de mediados del siglo XX como Augusto Pescador (director de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Mayor de San Andrés) y Roberto Prudencio (intelectual director de la revista “Kollasuyo”), entre otros, quienes por esas fechas brindaron conferencias públicas sobre el arte abstracto con motivo de la realización de la exposición. Aunque queda por corroborarse el siguiente dato, al parecer también se publicaron críticas favorables a la muestra de los abstractos en la revista Pro Arte, dirigida por un joven Marcelo Quiroga Santa Cruz.
La revisión de los escritos sobre arte publicados en prensa durante la segunda mitad del siglo XX evidenciará el carácter controversial que en nuestro país adquirirá el tema del arte abstracto, tan atacado y rechazado por una parte del público general y la misma comunidad artística hasta nuestros días, y defendido y practicado por menos. En esta cuestión, resulta ilustrativa la posición que hacia finales de la década de 1980 mantuviera el crítico e historiador de arte Carlos Salazar Mostajo, para quien la abstracción en Bolivia representa una “verdadera importación cultural, pero diluida, opacada y disminuida, de donde resulta que llegan las maneras y no las ideas”.
El desenlace de esta historia, sin embargo, lo conocemos ya. Pese a su rechazo inicial a inicios de la década de 1950, el abstraccionismo se establecería pronto en la práctica artística local, especialmente en la paceña, perviviendo con buena salud hasta nuestros días. Las dos mujeres participantes en la exposición “Ocho pintores contemporáneos” se consolidarían como maestras indiscutibles del arte nacional, siendo María Luisa Pacheco quien cosechase los más importantes y bien merecidos éxitos y fama internacionales a través de una obra que combina los lenguajes del Informalismo con el espíritu telúrico de los Andes. Asimismo, críticos e historiadores del arte de renombre como Pedro Querejazu, Marta Traba, Leopoldo Castedo, Raúl Santana, se encargarían en sus trabajos de relevar la calidad de la abstracción boliviana y su personalidad propia vinculada al paisaje andino y las culturas originarias, poniendo en alto los nombres de los numerosos y variados artistas que la visitaron completa o parcialmente, incluido el del mismo apóstol Pablo de esta historia.
Investigador en arte y artista
Nota editorial
***El término “arte degenerado” fue originalmente adoptado por el régimen nazi de Alemania para aludir al arte moderno y prohibirlo. El adjetivo “degenerado” era empleado por las influencias judías y bolcheviques atribuidas a las obras calificadas de esa manera. Sin embargo, en este artículo la expresión no tiene la misma connotación ni pretende reivindicar su origen nazi, cosa totalmente ajena a la línea editorial de este espacio periodístico y al propósito del autor del texto. Agradecemos por la observación al lector que nos hizo notar la historia de la denominación del “arte degenerado” para evitar malas interpretaciones.