Samuel Arriarán y su lectura sesgada sobre la filosofía boliviana.
En el año 2009 se publicó en Madrid el libro intitulado El legado filosófico español e hispanoamericano del siglo XX, que fue coordinado por los investigadores Manuel Garrido, Nelson Orringer, Luis M. Valdés y Margarita M. Valdés. Esta voluminosa publicación de más de 1.000 páginas dedica un breve capítulo al pensamiento filosófico hispanoamericano. Según indica la filósofa mexicana Margarita Valdés, “el resultado fue excelente. Sin embargo el espacio asignado a esa parte en aquel volumen resultó insuficiente; algunos autores encontraron muy restringido el número de páginas del que podían disponer y, más grave aún, algunos países hispanoamericanos no se incluyeron en ese proyecto por falta de espacio”. Esta inquietud personal llevó a Valdés a invitar a varios estudiosos del área para que ahondasen sus preocupaciones sobre el pasado filosófico hispanoamericano. El resultado de dichas investigaciones fue publicado por Margarita M. Valdés con el título Cien años de filosofía en Hispanoamérica (1910-2010).
En esta selección de ensayos se encuentra un capítulo escrito por Samuel Arriarán referido a la filosofía en Bolivia en el siglo XX. Los breves datos biográficos –registrados en la Enciclopedia de la literatura en México (ELEM)–, indican que Arriarán es un investigador y académico boliviano de residencia prolongada en México. Obtuvo el doctorado en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus líneas de investigación son la hermenéutica y el multiculturalismo, la filosofía de la educación y la pedagogía hermenéutica. Es profesor investigador de tiempo completo en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN).
Al adentrarnos a la investigación de Arriarán, se puede advertir que reproduce –en alguna medida– el esquema trazado por el filósofo boliviano Guillermo Francovich en sus precursores estudios sobre La filosofía boliviana (1945) y El pensamiento boliviano en el siglo XX (1956), que consistía en mostrar a sus lectores una pincelada biográfica del autor tratado, un listado de libros publicados y un apretado resumen de ideas. Siguiendo este enfoque de mediados del siglo XX, Arriarán hizo una selección de pensadores retratados de modo convencional, caótico y discutible.
El autor abre su texto con la figura de Franz Tamayo (1879-1956), en donde asevera que “durante muchos años se consideró el pensamiento de Tamayo caduco, pero hoy en día, a raíz del resurgimiento de la problemática étnica, se está revalorando (…); sin embargo, la actual Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, sin duda, recoge y desarrolla su idea de la centralidad indígena, la cual, en su buen sentido, proclama el derechos de las comunidades a la igualdad y a formular sus propias interpelaciones”. Al respecto se puede indicar que los redactores de la Constitución Política no necesariamente se inspiraron en las ideas difusas del canonizado libro Creación de la pedagogía nacional (1910) de Franz Tamayo; en este punto, Samuel Arriarán es muy optimista o ingenuo al creer que las opiniones tamayanas hayan influido en la visión de poder que concibió el actual gobierno del Movimiento Al Socialismo.
Más adelante, el autor se refiere escuetamente a los intelectuales Augusto Pescador, Guillermo Francovich, Manfredo Kempff Mercado, Roberto Prudencio, Rubén Carrasco de la Vega y Mario Miranda Pacheco. Al referirse a la producción intelectual del filósofo Prudencio (1908-1975), Arriarán señala datos erróneos: “Escribió varios libros entre los que se destacan Ensayos filosóficos, Ensayos Literarios, Ensayos filosóficos y de arte y Ensayos históricos”. Cabe recordar que Prudencio era un pensador disperso y no publicó libros en vida, sino, gran parte de sus escritos fueron publicados en la Revista de Estudios Bolivianos Kollasuyo. Los títulos que indica Samuel Arriarán salieron años después de la muerte del filósofo. Los familiares de Prudencio seleccionaron los ensayos divulgados en la revista Kollasuyo y posteriormente aparecieron en tres volúmenes: Ensayos Literarios (1977); Ensayo Filosóficos y de Arte; y Ensayos Históricos (1990).
Con respecto a Rubén Carrasco de la Vega, Arriarán indica: “Este filósofo, con más de 20 obras publicadas, se caracteriza por un enfoque ortodoxo de la filosofía heideggeriana: ‘filósofo que nunca se planteó el problema del ser no puede ser considerado filósofo’; además, comparte su visión eurocéntrica: ‘para aprender verdaderamente filosofía hay que leerla en sus lenguas de origen, y la mayor parte está en griego y alemán”. El escritor Arriarán se pregunta: “¿Hay necesidad de desarrollar una filosofía tomando en cuenta que en Bolivia y en América Latina tenemos problemas específicos?, por ejemplo, ¿qué somos?, ¿a dónde vamos?”, a lo que el autor responde: “No es casual que filósofos alemanes como Kart Otto Apel y Jürgen Habermas descalifiquen por relativistas enfoques como los de Enrique Dussel, que aspiran a un pensamiento propio. Sin embargo, esta acusación reiterada de relativismo no debe coartar la necesidad de construir nuestra propia comunidad de interpretación. Ahora más que el pasado tenemos mayores y mejores argumentos para debatir y rechazar el eurocentrismo (…). El argumento contra el relativismo no se aplica, ya que compartimos el universalismo”. De realizar un punteo de las ideas filosóficas de Carrasco de la Vega pasa a manifestar su admiración personal a Enrique Dussel. Un dato que no pasa desapercibido es el nombre del filósofo alemán, que Arriarán escribe como “Kart”, pero lo correcto es Karl ¿error de dedo?
En otro punto de la nota se encuentra la sección Otros pensadores, en donde Samuel Arriarán le confiere la categoría de filósofo al poeta y novelista Jaime Sáenz (1921-1986). Los tortuosos argumentos que el autor utiliza para revelarnos la faceta desconocida del poeta se encuentra en algunos fragmentos de la novela Felipe Delgado (1979) que son visualizados con mucha profundidad y revelación ontológica, en donde Sáenz dice: “Lo que abunda en Bolivia es el boliviano, y por extraña paradoja, resulta sumamente difícil encontrarlo. Y esto se debe a que el boliviano se oculta de sí mismo (…). En este mundo todas las cosas son y no son ¿qué ha de ser del hombre muerto, sino una tremenda y formidable realidad surgida en la mente de aquellos que le han dado vida por el simple hecho de creer en él?”. Estas líneas son descifradas por Arriarán y dice al respecto: “Él ve a los bolivianos –refiriéndose a Jaime Sáenz– como inventadores de fábulas. Hay una alusión al sentir popular como fuente de sabiduría (…). Para Sáenz, en el pasado nacional se puede percibir una otredad sepulcral como construcción festiva y al mismo tiempo trágica de la identidad nacional. Ese otro sepulcral se identifica con personajes místicos y sanguinarios de un Estado patriarcal como Melgarejo. Ese deseo de identificación de místicos sanguinarios se relaciona con una necesidad de solucionar por medio de la guerra las insatisfacciones emocionales de los bolivianos”. Se puede advertir que la lectura de Arriarán sobre los fragmentos mencionados del novelista Sáenz, no escapan del convencionalismo literario que en la actualidad son ideas profusamente difundidas por parte de sus discípulos que sienten en la obra del poeta un mundo lleno explicaciones arcanas e incomprensibles para el común de los lectores. Ahora, nos enteramos –según manifiesta Samuel Arriarán– que la novela de Jaime Sáenz forma parte del pensamiento filosófico boliviano del siglo XX.
Más abajo, el autor dedica unas breves líneas al escritor Sergio Almaraz, Marcelo Quiroga Santa Cruz y René Zavaleta. Sobre este último autor afirma: “Representa la mejor expresión del pensamiento marxista boliviano. Fue un pensador urgido por la práctica política (…). También es importante recordar las ideas de Zavaleta en torno del papel del movimiento indígena. Antes de morir, en 1982, escribió algunas ideas que anticiparon la revolución de Evo Morales, sobre todo, el carácter fuertemente aglutinador de la reivindicación del ayllu”. Al igual que Jaime Sáenz, René Zavaleta tiene muchas interpretaciones antojadizas y exageradas, en este caso, Arriarán lo pinta como el teórico de las ciencias sociales que profetizó la llegada del primer presidente indígena al poder 22 años después de su muerte.
Al final del texto, Arriarán culmina con broche de oro el recuento de la filosofía boliviana al considerar al presidente Evo Morales Ayma como un “filósofo del poder obediencial” que significa “mandar obedeciendo”. El ribete de filósofo a Morales se debe a que Samuel Arriarán reprodujo acríticamente las palabras autorizadas de su maestro Enrique Dussel que dice: “Era para provocarles un patatús a muchos filósofos eurocéntricos”. Entonces, los argumentos presentados por Arriarán carecen de argumentos válidos y acaban por ser un panfleto propagandístico en favor de Morales.
En todo caso, esta interpretación de la filosofía boliviana es un reflejo del desconocimiento –desde la académia– de nuestro pasado inmediato, que a la larga estas visiones erróneas (en datos y contextos) son utilizadas, difundidas y leídas en el exterior de manera tergiversada. El ensayo de Samuel Arriarán invita a una reflexión sobre nuestro tiempo y sus trampas.
Literato – freddy_zarate@yahoo.de