Pasaron 25 años y el final de SE7EN sigue dando que hablar
Una crítica al segundo largometraje del director estadounidense David Fincher, estrenada en septiembre de 1995.
Un thriller neo- noir de David Fincher que convulsionó los noventa, nos regaló una dupla explosiva de detectives y un psicópata perturbadamente meticuloso que, cual eximio titiritero, movió todos los hilos psicológicos posibles para el desarrollo de un plan perfecto que desconcertó a la audiencia e ilumino el séptimo arte con una frase que marcó a una generación. “What´s in the box?”
Corría el año 1995 y las cadenas de cine presentaban una nueva apuesta de suspenso policial. Dos detectives, 7 días de investigación, 7 asesinatos y el descubrimiento de su vínculo con los 7 pecados capitales.
Morgan Freeman es William Somersett, un calmado y experimentado detective que se encuentra en su última semana antes del retiro laboral cuando conoce a quien sería su reemplazo, el recién trasladado David Mills (Brad Pitt), joven e impetuoso detective que demuestra su sed de jerarquía desde su presentación. Antagónicos desde el comienzo. El primero observa. Es pausado en sus movimientos, exuda calma en su experiencia y utiliza las palabras asertivamente cuando lo cree merecedor. El segundo actúa. Impulsivo, emocional y desafiante, funciona como un destello necesario de energía entre el sosiego del suspenso del relato. Son un choque de mundos. Somerset, es solitario, está desencantado de la sociedad, a su visión cuna de psicópatas, y de su trabajo rutinario. Mills, casado con su novia de adolescencia (Gwyneth Paltrow), aún mantiene una cuota de esperanza para cambiar a la humanidad.
Francisca Romero/Cinéfilos
Se conocen un día de lluvia torrencial- lo que será la tónica de la película- y se unen, entre reticencia y reuniones forzadas, para investigar el caso que terminará cambiando su destino.
Todo comienza con un hombre obeso mórbido sentado en una silla, un plato de fideos que lo asfixió hasta la muerte y distintas pistas que guiarían prontamente a los detectives a entender que este solo sería el principio de una serie de asesinatos vinculados a los 7 pecados capitales que da su puntapié inicial castigando la Gula.
Somerset es quien descubre este vínculo, su inquietud por la literatura y su instinto natural prevén que este caso no sería un asesinato común, por el contrario, procura de una mente ágil, provista de una creencia acérrima en su cometido y que en su plan el asesino busca la trascendencia.
Fincher tiene la capacidad de envolver al espectador en un mundo sombrío. En una ciudad sin nombre que puede ser todas y ninguna a la vez. Esto, porque magistralmente el director pasa casi toda la película realizando planos cerrados y primeros planos que van dirigiendo al espectador hacia la claustrofobia y con ello, a la perdida temporal y espacial que solo se estabiliza con el anuncio de los días de la semana.
Es una película visualmente oscura, con una marcada influencia estética del cine noir. Solo vemos fragmentos de lo que acontece, es como si el realizador quisiese orientar la mirada del público solo a una pequeña parte de la información; lúgubre e íntima. Conocemos las primeras imágenes de lo que sucede a partir de la tenue luz de las linternas de los detectives, lo demás es penumbra. La ciudad se nos muestra borrosa, a ratos gris, erigiéndose entre la torrencial lluvia y el vapor que genera. Irónicamente no es hasta el desenlace de la película, que todo se abre, en plano y luminosidad, casi como un augurio irónico de lo que sucedería. La visualidad se convierte en un viaje anímico en la película. Es el desencanto, la depresión, la decadencia de la sociedad, una atmosfera que casi permite sentir el olor que expelen las calles o los lugares donde se cometen los asesinatos por su carácter ruin, desprovisto de humanidad y atomizado a la cotidianidad de la apatía.
El relato cada día de la semana va develando un crimen. Luego de la Gula; la codicia, con un alto ejecutivo desnudo en posición de oración que se mostraba embebido en su propia sangre o la Pereza, personificada en un hombre rodeado de pinos aromatizantes que se esmeraban en cubrir el hedor de su año de inmovilización obligada.
Un libro es la primera pista concreta tras el asesino y ese será el primer momento que escuchemos sobre John Doe (Kevin Spacey). Fincher y el guionista Andrew Kevin Walker caracterizan a un psicópata meticuloso, pausado, que solo con unas pocas apariciones logra convencer al espectador de su lucidez frente a su objetivo mesiánico y de su espeluznante perseverancia para su éxito, lo que se presentó en los créditos iniciales al son de estridentes sonidos que revelaban su modus operandi y que solo comprenderíamos al conocer su proceder avanzada la película.
El descubrimiento provoca la entrega de Doe. Calmado, cubierto en sangre y en un lugar lleno de testigos como si de ellos dependiera su reconocimiento comienza su fin. ¿Qué otra cosa más que este fin podría ser el desenlace luego de su entrega? Acá entra el maravilloso juego del director con la mente del espectador.
John Doe, tiene la capacidad de ser aterrador incluso al no conocer visualmente como espectador ninguna de la perpetración de sus crímenes. Nunca se muestran cuando se comenten los asesinatos, no es necesario ser tan gráfico con la virtuosidad del detalle de la puesta en escena dotada de falso moralismo ferviente de castigo e inundada de horror. El director apela a la construcción que debe hacer la audiencia sobre el psicópata y ante eso, lo que se muestra no se condeciría con la retorcida mente que planeo cada ínfimo detalle de su maquiavélico plan. Y así es. Dos son las muertes que faltan por descubrir y en un tira-y-afloja de negociaciones logra que los detectives lo acompañen al que sería el lugar del cierre de su trabajo. El resto, pasó a la historia.
Cómo olvidar esa secuencia en medio de un desierto silente y abierto, que irónicamente parecía carente de aire y diminuto por la tensión que emanaban las palabras de un asesino prolijo, fundamentalista a su causa y ferviente creyente de que los crímenes cometidos estaban más allá del bien y el mal. Y Que con un giro de guion que sacude hasta al más incólume espectador, se acompaña en sentir al detective Mills que, entre gritos, antenas y la entrega de una caja comienza a entender que él sería parte de este tan escalofriante plan.
Con referencias a grandes obras de la literatura, esta película habla de la imperfección del ser humano, del castigo, de delirios mesiánicos, cuestionamientos a la sociedad, siete asesinatos y la Ira, personificada con el personaje de Brad Pitt, como el pecado capital que cerró el meticuloso objetivo de un psicópata que logra su cometido de una manera retorcida y que se vuelve cinematográficamente brillante al dar a conocer qué había en la caja.
“La gente apenas podrá comprenderlo, pero será incapaz de negarlo», John Doe.
Francisca Romero/Cinéfilos