Nacer Adela
Con motivo del Día de la Mujer Boliviana, 11 de octubre, fecha en la que se conmemora el nacimiento de Adela Zamudio, en la Ramona homenajeamos a la escritora cochabambina, poeta y pionera del feminismo en Bolivia. Recopilamos una serie de textos que hablan sobre su obra, vida y la rebeldía frente a las imposiciones de la época.
Un ‘spleen’ de los mil demonios*
Que la escritora boliviana Adela Zamudio (1854-1928) haya titulado Íntimas a la única novela que escribió fue un gesto muy provocador, considerando el reinado compartido que en Bolivia ejercían el realismo y el costumbrismo de comienzos del siglo xx. «Íntimas», así en plural y en femenino, adquiere el estatuto de un sustantivo, incluso si la primera tentación es pensar en «cartas íntimas», «vidas íntimas» o «amigas íntimas». La soledad y aparente transparencia de la palabra sugirió desde la portada un universo psicológico que no solo era inexistente en el panorama boliviano —como lo ha señalado uno de sus más dedicados críticos, Willy Muñoz—, sino que revestía de una sutil pátina de sensualidad, de erotismo, las relaciones entre personajes, instalando una tensión entre el deseo y las rígidas estructuras patriarcales de la época.
Publicada en 1913, Íntimas fue recibida con exaltadas críticas que le reclamaban a la escritora el no haberse detenido a pintar el paisaje con largas descripciones costumbristas que dieran cuenta del escenario geográfico en que se debatían los personajes. Como puede leerse en el libro que Willy Muñoz le dedica a su obra, La narrativa de Adela Zamudio (2003), con la excusa de una amistad paternalista, sus detractores la conminaron a abandonar el arte de la novela —cuánto mejor le iba con la poesía, dijeron—. Muñoz detalla, por ejemplo, que el periodista Demetrio Canelas intentó disciplinar las ambiciones literarias de Zamudio reconviniéndola a abandonar el género de la novela, afirmando que «Esta tarea está reservada para los espíritus combativos y ásperos, a quienes no se puede dañar al fragor de los odios. Vuelva nuestra gran autora a pulsar en la mansedumbre de sus horas meditativas, su lira encantada» (citado en Muñoz).
Pero, ¿no había atravesado este mismo tipo de control intelectual la gran Sor Juana Inés de la Cruz? Si una hermana de ruta ya lo había hecho, también podría hacerlo la Zamudio. Y aunque no tengo prueba alguna de que Adela tomó como modelo a Juana Inés, quiero imaginar que –dada su profunda cultura y su conmovedora valentía– se sintió acompañada por ella en esa aventura de romper los muros que, con maliciosa presteza, la sociedad levantaba a su alrededor. Incluso en este fragmento rebosante de ironía con que Adela responde en 1914 a la oscura opinión de otro amigo (Claudio Peñaranda), se percibe un recurso similar al que Juana Inés blandió contra de la miseria de espíritu: “Por eso hay tantos poetas nacionales que han producido poesías irreprochables, entre tanto que no hay, según mi opinión, una sola novela nacional que merezca el nombre de tal”. Sin duda, en Adela late un corazón lleno de coraje. No es a ella a quien van a enseñarle qué es y cómo se escribe una novela nacional. A sus 60 años, está más que curtida en el arte de defender sus ideas y posiciones ante los tácitos tribunales de la Iglesia, la sociedad cochabambina y los valores de una educación escolar que se acomodaban con complicidad al patriarcado. No es, pues, desde el ego que Zamudio saca cara por su novela, sino desde una dignidad de escritora que se disputa en el terreno mismo de la escritura el derecho a contar las vidas de seres humanos en esa intersección circunstancial que era vivir en Bolivia, a comienzos del siglo XX.
Íntimas está estructurada en dos partes, la primera a cargo de una voz masculina y la segunda, de una voz femenina. Ambas partes están compuestas por un conjunto de cartas que, entre octubre de 1906 y agosto de 1907, Juan y Antonia les envían a sus amigos Armando y Gracia, respectivamente. Y aunque el lector no accede a las respuestas que los narradores reciben de los destinatarios, tampoco se extraña esa interlocución porque los acontecimientos de las vidas narradas en esas cartas están estructurados con un perspectivismo tan solvente que una respuesta más no solo sería innecesaria, sino inoportuna: el arco narrativo que despliega la novela se funda precisamente en la ambivalencia entre lo que se sentencia y lo que se ignora, estrategia que nos invita a pensar en un anticipado gesto policial, pues ¿qué si no es el sistema de sospechas que se teje en torno al prestigio de Evangelina, la gran víctima de Íntimas? Además, la ausencia/presencia de los destinatarios enfatiza el hermetismo de la sociedad cochabambina, su insularidad sociológica, como si el oxígeno o la posibilidad de otras vidas quedara totalmente afuera de su horizonte.
Las cartas de Juan funcionan como un ‘fresco’ de la sociedad cochabambina. Aunque el motivo de su estadía en casa de Casta y su esposo es inicialmente práctico –debe realizar trámites para que su amigo Armando regularice la posesión de unas minas–, sus días en la ciudad lo van involucrando anímicamente con el ritmo afectivo de los habitantes y sus rituales sociales. Como poeta decadente, Juan experimenta las novedades de Cochabamba tomando de cada evento su lado más sensual, y en ocasiones más perverso. Así, en los rostros de las mujeres hay siempre algo más, una señal que lo convoca hacia los vericuetos de la psiquis humana. Adela Zamudio se asegura, además, de que su personaje participe de la fiesta de máscaras del carnaval en una sugerente alegoría de lo que es una sociedad barroca, colonial, tan dispuesta a incorporar la máscara a la propia identidad. En este sentido, Íntimas adelanta también lo que en la avanzada modernidad será la novela urbana, pues en esa breve heterotopía que Zamudio construye en las jornadas de carnaval cuestiona las imposturas de las clases sociales y emplaza el cuerpo en una esfera en la que el tacto, el roce, la posibilidad de la herida, suman una turbadora vitalidad.
Las cartas que Antonia dirige a Gracia se ocupan con mayor énfasis de desnudar la trama de sospechas sobre el honor femenino de Evangelina, quien sufre intensamente de amor por un hombre cuyos intereses afectivos se supeditan a valores económicos. Es precisamente en Antonia, en su voz de mujer, en quien la escritora deposita la tarea de la conquista de una verdad. Si el poeta decadente se ha encargado de relatar lo que las máscaras festivas enuncian insidiosas, Antonia se afana en arrancar esas pieles falsas confiada en que la verdad debe expurgarse del enunciado social, pues para ella la verdad está anudada al dolor, a la más radical intimidad. Cuando Evangelina se percata del lugar que ocupaba en ese temible ojo de huracán, un aura de estoicismo la envuelve. Así lo atestigua Antonia: “¡Estaba encendida, agitada, divina! No derramó una lágrima”. La intensidad de los afectos nos hace pensar en heroínas góticas que se inmolan ante la imposibilidad de una victoria terrenal.
Justamente, Zamudio abre la novela con una escena que bien puede inscribirse en la sensibilidad gótica. En su primera carta a Armando, Juan narra la impresión que le produce el sobrino de Altagracia: “El chico tenía en el cuello un enorme tumor. La hinchazón, arrastrándole uno de los carrillos le había desfigurado horriblemente. Al menor movimiento que alguien hiciera a su lado, lanzaba gemidos angustiosos, figurándose que le lastimaban”. Esta breve representación de un niño trastornado por la enfermedad, rozando lo monstruoso, se repite con cierta insistencia en Íntimas. En esa misma carta, Juan describe el aspecto del hijo del “ama”, la indígena que ha amamantado a los niños de la casa: “El suyo estaba ahí, en un rincón del patio, tirado sobre un pellejo; pequeño monstruo de vientre hinchado, cuya vista lastimaba y repelía. Su imbecilidad, su horrible raquitismo y sus mejillas escaldadas por el llanto, daban a conocer cuánto había padecido de hambre y abandono, en los pocos meses que tenía de existencia, entre tanto que la que le diera el ser regalaba con la abundante fuente de su seno al hijo de otra mujer”. Quizás esa atmósfera de anomalía se desprenda de deformidades sociales mucho más perturbadoras. Y de allí la clara alusión a la injusticia que Zamudio hace con respecto a la leche indígena destinada a nutrir a otro niño y no al propio.
Precisamente, la maternidad es un tópico central en Íntimas. Lo es primero el amor, claro, en cuanto vector de construcción social y mantenimiento del statu quo (de la clase social, del patrimonio económico); en otras palabras, el amor como función política conservadora, por un lado, y el amor por el ser mujer como fuerza política que abre una veta de fuga (a un alto precio) en ese cuerpo social tan estremecedoramente compacto. Virginia Ayllón nota que Adela Zamudio, como otras escritoras del Romanticismo, impugnaban un modelo textual de mujer: “A esto se opone Zamudio, a esta representación textual de la mujer. Es en este sentido que Zamudio ‘crea’ a la mujer en Bolivia porque interpela el modelo romántico de mujer y sus mecanismos como el del amor romántico”. Para Ayllón, Adela Zamudio pone en evidencia el carácter público del amor, toda vez que este funciona como trampa y como límite. Por supuesto, en esta novela psicológica la maternidad como extensión “natural” de esa trampa se instituye también como un campo existencial de feroces batallas.
“La maternidad, en ciertos casos, hace a la mujer egoísta hasta la ferocidad”, concluye Juan en tono de axioma, comentándole a Armando cuánto lo inquieta el desafecto que demuestra Casta por sus propios hijos. En efecto, más de una vez en esta obra, Zamudio subvierte las concepciones idealizadas de la maternidad, relativizando el vínculo biológico, abogando por formas de ser madre que se originan en la voluntad sentimental. Es, pues, probable que, en las referencias a los modos de ejercer una maternidad vicaria, la propia Adela Zamudio haya sembradobiografemas a lo largo de Íntimas. Por ejemplo, cuando Gracia comenta: “No sabe Ud. que las tías somos a veces más madres. Mientras éstas gozan de los mimos del esposo, nosotras consolamos las penas y acallamos el llanto de los pequeños, pero también gozamos de las primicias de su cariño”, podría decirse que Adela está hablando de su propio rol de profesora, de su entrega fervorosa a una educación escolar que promoviera por fin un giro epistemológico.
¿Tiene un final feliz esta novela? La lectora, el lector lo dirán. Lo cierto es que Adela Zamudio es también, de alguna manera, fiel a la pesadumbre colonial –a ese “spleen de los mil demonios”, como pone en boca de su poeta decadente–, pero en contrapartida permite que sus personajes se hagan cargo de sus acciones en el mejor de los sentidos, es decir, abrazando existencias que no pueden complacer a dos amos. Habría que decir también que la amargura que algunos biógrafos detectaron en su obra como una marca de su propia vida trasciende el solipsismo y se instaura –tal vez como un coletazo del Romanticismo– en el territorio complejo y deslumbrante de la melancolía. Allí donde la subjetividad enfrenta sus pérdidas, las pasadas y las que advienen, y entonces se revela sin otro artificio que su entrañable y transformadora fragilidad.
Giovanna Rivero/Escritora
La Zamudio, una voluntad que piensa**
La obra literaria de la Zamudio es la emoción poética de una mujer que vive la emoción de la soledad con intenso fervor místico. En ella se percibe no solo la voz que integra el coro sinfónico del Romanticismo que fue orquestado con dolor y lágrimas, sino el acento propio de auténtica originalidad. El dolor de la Zamudio es suyo, pero al propio tiempo es el dolor social, objetivo que no vibra únicamente con sus tristes intimidades, sino que es una voz por la que se escucha el rumor de la multitud. Se acuerda de sí misma para el disfrute de su soledad, pero vive condenado a su tiempo y del mundo que le circunda. Su dramatismo religioso es el amor a un Cristo sin iglesia, angustiado por ideales de perfección. En la obra de la poetisa de Cochabamba nos encontramos con la llamarada de un alma exquisita, que nos atrae con el encanto de una gracia vital, superior a su hechizo de artista y de diestra manipuladora del verbo. Es una sinfonía inconclusa y tiene esa inquietadora fuerza de la forma que busca plasticidades en que la sensibilidad se desborda sin someterse a la dictadura preciosista.
La Zamudio realizó su vida como una obra de arte y su obra de arte en función de la vida y de las ideas. Así conjugó la belleza de las letras con la estética de la conducta moral. Pensó como un cerebro en acción y actuó como una voluntad que piensa.
Gustavo Adolfo Otero/Escritor
“Un cuentecito para mujeres”
Una de las anécdotas más conocidas acerca de Adela Zamudio tiene que ver con Íntimas (1913), su única novela. Y como dándole gusto a una novela que versa sobre el arte del rumor, el rumor general cuenta que, una vez publicada, la novela tuvo una mala recepción por parte de la crítica. Habría sido un crítico sucrense quien le dijo que la novela no era un género para mujeres y que la señorita Zamudio debería quedarse en ese estilo de poesía que termina por consolidarse como un getto al que se condena a cualquier escritora.
Pero Adela no era cualquier escritora e Íntimas no era cualquier novela. Y aunque en este punto del texto podría mencionar cómo, casi un siglo después de su publicación, fue seleccionada como una de las novelas fundamentales de la literatura boliviana, no lo haré. A Adelita prefiero recordarla de otra manera, no derrotada, no como la que recibe la crítica y es víctima del rumor. Sino como la otra, la que escribió sin importarle nada, la que se comparó con Flaubert con sutileza y elegancia. La que seguiremos leyendo y amando, porque supo, con su narrativa, visualizar algo de lo que llamamos “la condición humana”.
Lourdes Reynaga/Escritora
Adela Zamudio vs los editores y la crítica masculina***
Si hay algo de lo que Adela Zamudio era consciente, era de que vivía en un mundo gobernado por y para hombres y dedicó su vida y obra a hacer lo posible por ser una voz de oposición. Desde su emblemático poema Nacer hombre, a sus labores por la educación de las mujeres, Zamudio fue una mujer que nunca guardó silencio ni se quedó de brazos cruzados, pese a las presiones.
Y si había un mundo que estaba dominado por las opiniones masculinas en Bolivia a principios de siglo XX, era el editorial. Más allá de la literatura, el espíritu de resistencia de Zamudio está plasmado en su propia correspondencia, donde queda registro de las dificultades que tuvo para publicar su obra.
El año de la publicación de Íntimas, Adela Zamudio le escribe a su amigo el también escritor y político Alcides Arguedas con preguntas sobre un libro de poesía de su autoría que había adquirido un editor amigo de él en Francia, y que el mismo Arguedas fue responsable de entregar tres años antes.
Cochabamba, 6 de septiembre de 1913
Señor Alcides Arguedas
París
Distinguido señor y amigo:
Un contratiempo excepcional, pues no tengo noticia de que a alguna otra persona le haya ocurrido, me pone en el caso de recurrir a su bondad, pidiéndole un gran favor que Ud y nadie más puede hacerme […]
Zamudio hace referencia y resalta el hecho de que no conoce a otro escritor al que le haya sucedido algo similar, con el manuscrito obra literaria del otro lado del océano Atlántico, sin conocer noticias de la editorial que lo adquirió. También pone de manifiesto el hecho de que los versos son valorados menos que la prosa en el mercado literario del momento.
Después de explicarle la situación de esa casa editora, que había resuelto no recibir más libros por tener un cúmulo de ellos por hacer, y además, por influencias de alguna asociación a la cual perjudicaba la popularidad creciente de los libros americanos, añadía Ud. que el mío había sido el último en ser aceptado, a pesar de que el verso, según el gusto moderno, era apreciado en mucho menos que la prosa. De esto hace poco más o menos tres años.
A continuación, Zamudio le explica a Arguedas que como no ha sabido nada de su libro, le pidió al humanista Jaime Mendoza Gonzáles que recogiera el libro para entregarlo a otra editorial o a la misma pero asegurándose de que esta vez los plazos de producción estén claros.
Acabo de recibir carta del señor Mendoza que, con fecha 25 de julio, de paso en París, promete ocuparse de mi asunto a su regreso de Berlín. Tengo el convencimiento de que en esa imprenta se han olvidado de mi libro, porque, a un encargado mío, D. Joaquín Aguirre, hace poco, le aseguraron que ni aun conocía mi nombre. No creo que el señor Mendoza por mucho que se empeñe, logre nada sin la influencia de Ud. y le ruego encarecidamente le preste su cooperación hasta recoger los originales y contratar la edición bajo mejores auspicios y sobre todo señalando plazo. Ud. sabe cuánto trabajo ocasiona la preparación esmerada de originales, mayormente si son en verso.
Que una editorial francesa haya posiblemente extraviado uno de sus manuscritos no fue el único contratiempo al que tuvo que enfrentarse Zamudio. También a editores en Bolivia que se tomaron la libertad de alterar sus textos… sin pedirle su opinión, como le contaba a Arguedas en otra carta con fecha de 14 de febrero de 1916.
Hoy va mi libro con su título. No sabía que un editor tenía el poder de cambiar un título sin permiso del autor. Ya en La Paz creo que Villalobos, le cambió palabras y aun versos.
Y después de la publicación de su novela Íntimas, donde ella retrata la doble moral y la hipocresía de los hombres de su época, la crítica no le perdonó incursionar en un género reservado a los autores masculinos.
La carta que le envía al poeta y crítico Claudio Peñaranda es todo un documento histórico de la percepción de la mirada masculina a las escritoras de su época.
Cochabamba, 30 de marzo de 1914.
Señor Claudio Peñaranda.
Sucre.
Distinguido amigo:
Llegó por fin su juicio crítico sobre «Íntimas», tan esperado. Al leerlo he acabado de convencerme de que tengo por lo menos el mérito de haber escrito sabiendo lo que escribía, cosa que no ocurre a todos los que ensayan ese género, el más difícil.
Lo mismo que Ud. dice, poco más o menos, dije a un amigo de La Paz, al enviarle los originales para que los entregara a la imprenta: «Dudo que la concluya Ud. ni ningún hombre, sin dormirse. Es un cuentecito para mujeres, inspirado en confidencias de almas femeninas, tímidas y delicadas».
Su opinión es también la de Canelas: Mis versos son mejores que mi novela; pero eso es muy natural. Una buena composición poética, es fruto de un momento de inspiración; una novela es fruto de inspiración que debe sostenerse durante días, meses y hasta años. Por eso casi todas empiezan bien y son tan raras las que acaban bien. Por eso hay tantos poetas nacionales que han producido poesías irreprochables, entre tanto que no hay, según mi opinión, una sola novela nacional que merezca el nombre de tal.
Y pese a todo, Zamudio, una vez más, se muestra decidida a seguir escribiendo:
Pero las dificultades de este género literario, se lo confieso, lejos de desanimarme, me encantan. Si tuviese tiempo para escribir, no escribiría más versos, ensayaría una nueva novela.
En su libro El arte de la ficción, David Lodge se refiere al realismo pseudodocumental de las novelas escritas en código de cartas y a cómo fue un método concebido para que la ficción pareciera realidad.
El novelista y crítico literario británico explica que una carta ficticia es indistinguible de una real y sobre eso sostiene la particularidad del género. Adela Zamudio era una maestra del arte epistolar en la vida real y supo adueñarse del recurso para escribir algo más que «un cuentecito para mujeres», y claramente lo sabía.
#NacerMujer/Proyecto de estudiantes
Baile de máscaras****
La actitud crítica de Zamudio ante las costumbres sociales y la política nacional tiene raíces en una definida posición moral. Precisamente, el origen de su polémica más famosa, la mantenidacon el franciscano Francisco Pierini en 1913, tiene sus raíces en un cuestionamiento moralista. El debate tuvo, más bien, un origen nimio: un artículo periodístico de Zamudio criticando un “Gran concierto estudiantil” organizado por un grupo de señoras católicas. En este acto se hizo representar a niños de 5 y 6 años obras de teatro que a Zamudio le parecieron poco apropiadas para los niños. Por ese entonces, Zamudio dirigía un colegio de señoritas que, siguiendo el proceso de separación de la iglesia del sistema educativo estatal boliviano, había suprimido la enseñanza de la religión como materia obligatoria. Esto le valió una serie de ataques por parte de madres estrechamente ligadas a la iglesia católica. Se llegó al extremo de que Monseñor Anaya, alto dignatario eclesiástico de Cochabamba, en una carta pastoral, amenazara a los padres de familia que mantuvieran a sus hijos en colegios fiscales Ç(Ocampo xxv). Una de las consecuencias de esta carta fue el retiro de algunas niñas del colegio de Zamudio y que Pierini fundara una “Clase Superior de Señoritas” para recibir a esas niñas. Precisamente, para financiar esta Clase Superior se realiza la función teatral que Zamudio critica. Su argumentación subraya la contradicción del grupo de señoras católicas que atan la liberalización de la educación nacional por su falta de valores “morales”, pero que pecan de la misma falta de valores “morales” cuando se trata de sus intereses económicos. Citemos dos párrafos del texto de Zamudio para ejemplificar el tono de su crítica:
Y lo curioso es que esto (el “Gran concierto estudiantil”) se ha hecho, como lo dijo el discurso inaugural, para mayor honra y gloria de la santa religión, puesto que el objeto de la función, es decir, de su producto, es el sostenimiento de la Clase Superior fundada por la Liga Católica para contrarrestar los supuesto perniciosos efectos de la educación laica.
… Ya que nuestras costumbres poco definidas, nos inducen a explotar la gracia de los niños, en beneficio de obras de caridad mal entendida, sepamos por lo menos presentarlos sin escarnio de la inocencia. (Cit. Por Ocampo, XXVI-XVII)
Pero el enfrentamiento de Zamudio con las señoras católicas y su consecuente polémica con Pierini es reflejo de un conflicto mayor que trasciende lo meramente moral y deviene acto político a nivel nacional. La polémica Zamudio/Pierini es parte del enfrentamiento Estado/Iglesia católica, originado en esta época por la liberalización de la educación, proceso que estuvo dirigido desde la Normal Superior de la ciudad de Sucre por el pedagogo belga, Georges Roumas.
Si con estos antecedentes la polémica suscitada por Zamudio se entiende y se explica como parte del debate nacional sobre la educación en el país, la forma que adquiere su crítica a Pierini tiene una importancia particular para nosotros, pues echa luces sobre el trabajo intelectual de la escritora. Recordemos que su ataque no es una defensa de la educación laica y liberal, ni un ataque a la educación católica, sino una denuncia de la hipocresía manifestada por la falta de correspondencia entre lo postulado y lo realizado. Esta es básicamente una crítica moral que opone verdad a mentira, lo real a lo falso, la máscara al rostro. Justamente la posición crítica que se expresa en estas oposiciones es uno de los ejes de su trabajo poético. En su libro Ráfagas publicado el mismo año de la polémica con Pierini, hay un poema relevante a nuestra discusión: “Baile de máscaras”. En este texto, Zamudio ve tanto el mundo como la historia de la humanidad como un baile de máscaras:
Desde la edad primera
la mas lejana,
en que se dio a la escena
la historia humana,
toda la tierra
no es mas que un gran teatro
que no se cierra. (29-30)
La vida, para Zamudio, no es sino un gran baile, donde todos –incluidos los poeta – participan enmascarados. Pero estas mascaras hechas generalmente de alegría sólo ocultan la tristeza del alma humana.
Esta concepción de la vida, una constante del romanticismos, no sería tan interesante si no tuviera ogtro cariz. La relación máscara de alegría y realidad de tristeza es un sistema de aislamiento y soledad para los seres humanos:
Entonces, envidiando
la dicha ajena,
devora ocultamente
su acerba pena
y su figura
ser él solo quien sufre
tal desventura (30)
Por un lado, la envidia aparece como un deseo engañado por la apariencia de felicidad; y por otro, la falsa percepción de ser solamente uno el infeliz – cuando en realidad todos estamos en la misma situación – es consecuencia de ese engaño. Así la máscara engaña, no solo porque oculta la realidad de la tristeza, sino porque su falsa significación convierte a la tristeza en una estructura permanente de soledad e incomunicación humana. Soledad no tanto como situación existencial, sino como producto de la envidia, sentimiento social laberintico por excelencia, deseo y odio del objeto deseado a la vez. Debemos recordar que uno de los temas reiterativos de la poesía de Zamudio es la soledad, palabra que utilizó como seudónimo para la publicación de algunos de sus textos.
La relación apariencia falsa/verdad oculta, que se ve en este poema no presenta una posibilidad de solución a nivel individual. El ser humano está condenado a la máscara y, lo que es peor, a vivir en el sistema de envidia y soledad interior que se desprende de la vida entendida como baile de máscaras. Pero si extrapolamos esta situación al plano de lo social, vemos que no todos los seres humanos están condenados a permanecer en este sistema. Aquí existe la posibilidad de la educación que puede cambiar la historia y de la crítica social que puede desenmascarar a los participantes en el baile de máscaras. Critica hecha, significativamente, por la poeta Zamudio con lo cual aquello que estaba cerrado a la poeta como individuo queda abierto a la poeta como crítica social. Así pues la actitud crítica de Zamudio frente a la sociedad es una búsqueda de salidas a la clausura de la condición humana que se revela en “Baile de máscaras” así como en otros poemas. Pero al pasar al espacio de lo social, deberá enfrentarse con las desigualdades sociales ocasionadas por su condición de mujer.
En este sentido, que la crítica de Zamudio a la educación sea también crítica a la moral católica no es casual pues la educación católica asigna un papel muy tradicional, para decir lo menos, a la mujer. En efecto, durante todo el siglo XIX la educación estuvo determinada por una ideología de dominación de la mujer que se encuentra muy bien representada en un famoso texto francés titulado Éducation des mères de familleo u De la civilization du genre humain para les femmens (1834?) de Aimé Martin. Este texto que aparece citado, por toda América. Su importancia e Bolivia fue considerable. Como ha estudiado Rossells (48), las ideas de Martin fueron difundidas, entre otros, por Cupertino de la Cruz Méndez, el promotor de una publicación de opinión muy importante en Cochabamba y en el país, La Revista de Cochabamba.
Incluso uno de los capítulos del libro fue traducido y publicado en Cochabamba en 1847. La popularidad del libero de Martin es un indicio de hasta qué punto la educación estaba dominada por la ideología cristiana, y cómo esta ideología asigna un papel de subordinación de la mujer al hombre.
Sin duda el modelo de Martin está perdiendo validez en las primeras décadas del siglo XX en Bolivia, pero su influencia ha debido ser todavía notable. No es de extrañar entonces que Zamudio se enfrente a la iglesia porque esta institución es la que más intenta mantener a las mujeres en una posición de subordinación y la escritora, para 1913, ya había desarrollado una clara posición de defensa de la mujer y de la niñez.
NACER HOMBRE
Como todas las acciones sociales de Zamudio, su defensa de la educación de la mujer y su crítica a los privilegios masculinos refleja un trasfondo más amplio y general. La crítica de la escritora al mundo patriarcal boliviano se puede ver en su famoso poema “Nacer hombre”. Este poema tiene como idea central la denuncia de una constante injusticia social: el hombre, aunque sea inepto o inmoral, goza de privilegios por el hecho de ser hombre, mientras que la mujer, aunque sea trabajadora o inteligente, es siempre valorada como inferior y sin los mismos derechos del hombre. Hay sin duda en este poema una clara reminiscencia del “Hombres necios” de Sor Juana. Leamos algunos de esos versos:
Ella, ¡qué trabajos pasa
por corregir la torpeza
de su esposo! y en la casa,
(Permitidme que me asombre)
tan inepto como fatuo
sigue él siendo la cabeza,
porque es hombre.
…
Ella debe perdonar
si su esposo le es infiel;
mas, él se puede vengar;
(Permitidme que me asombre)
en un caso semejante
hasta puede matar él
porque es hombre.
Aunque su crítica a los privilegios masculinos es básicamente social se desliza una crítica que va más allá de lo moral-circunstancial. En efecto, “Nacer hombre” implica una cierta dimensión ontológica –ser hombre y no mujer- conlleva una actitud crítica frente al género. No debemos exagerar los alcances de la posición de Zamudio, que no hace, por lo menos en este poema, una distinción esencial entre ser hombre y ser mujer. El énfasis está puesto en las diferencias sociales, pero no se puede dejar de señalar que, en germen, la utilización de la frase “nacer hombre” abre la posibilidad de una discusión más a fondo sobre las identidades masculinas y femeninas.
Si dirigimos nuestra mirada a sus cuentos, podemos ver una extensión de esta problemática. Aunque el tono de estos cuentos sigue el de “Nacer hombre”, critica social más que de género sexual, la caracterización de lo masculino y femenino parece seguir ciertas constantes que tienden a marcar permanentemente el ser masculino y el ser femenino. Así, en Noche de fiesta o en “El milagro de fray justo” (Cuentos breves) la crueldad parece ser un atributo esencial de los hombres y dirigido permanentemente a las mujeres. Sea el padre borracho que mata a la hija a golpes o sea el esposo que golpea a su esposa, la violencia parece marcar a los hombres. Por su parte, las mujeres aparecen como víctimas o seres inocentes. Esto no evita que la crítica social y moral de Zamudio también se dirija a las mujeres, sobre todo a aquellas que están dominadas por los consejos de los religiosos. Zamudio crea ciertos arquetipos masculinos y femeninos que, por supuesto, tienen el peligro de ser generalizaciones esencialistas del hombre o la mujer.
Estos cuentos no son sólo una manifestación parcial del pensamiento de la escritora sobre las identidades de género, el cual encuentra una mejor definición en su novela Intimas.
Leonardo García-Pabón/Crítico y escritor
*Tomado del prólogo de Íntimas, editado por Libros de la Ballena de España.
**Este es un fragmento del Prólogo de Gustavo Adolfo Otero a la primera edición de ‘Cuentos Breves’ (1942), de Adela Zamudio, que fue reproducido en ‘Cuentos’ (2013), de la misma autora, una edición de Virginia Ayllón (publicada por Plural Editores). El título de encabezado no corresponde al texto original y fue creado para esta edición de la Ramona dedicada a la escritora cochabambina.
***Proyecto editorial realizado por alumnos del XIII Máster de Edición de la Universidad Autónoma de Madrid (https://nacermujerzamudio.home.blog/)
****Extracto de un ensayo publicado en la obra La patria intima: alegorías nacionales en la literatura y el cine de Bolivia