Los muertos no están muertos
Una reseña sobre la obra 'Tinkunikama', que se presentó el pasado viernes en Cochabamba en el marco del Festival de Teatro Bertolt Brecht.
Tinkunakama, hasta el encuentro es buen teatro popular del siglo XXI. No es fácil hacer comedia (y menos en estos días oscuros y aciagos). Y no es fácil hacer reír sin recurrir al facilismo, al chiste sobre el otro desde la superioridad, sin apelar a la broma clasista, racista, homófoba, xenófoba. El elenco Tabla Roja -con Ariel Baptista al frente- logra adentrarse en el peligroso territorio de la comedia y salir victorioso con nota sobresaliente. Tinkunakama es una obra sobre el día de los muertos, es una declaración de principios -rabiosamente actual- contra aquellos que no respetan a los muertos (que no están muertos).
A finales de 1961, Raúl Salmón escribía una nota en el periódico La Nación en la que comparaba dos clases de teatro: “un teatro snob de postura intelectualizada y público reducido; y un incipiente teatro comercial para el pueblo con colorido y sabor de sus costumbres”. Este último, añadía don Raúl, “es el teatro que hoy llega al pueblo como siembra positiva, formando público; este esfuerzo hay que estimularlo, no combatirlo”.
Tabla Roja -que investiga y trabaja como equipo desde hace años recorriendo barrios, comunidades y mercados- recupera para las grandes ligas ese nexo con nuestras tradiciones. Y lo hace con dos poderosas anclas: la veta subterránea de la commedia dell’Arte italiana y el mundo quechua con texturas cochalas (aportado por la dramaturgia de Alexia Loredo Cárdenas y la versión libre de la novela de Ramón Rocha Monroy, El run run de la calavera). Y lo hace disfrutando en escena, transmitiendo pasión y compromiso.
Tinkunakama es una trepidante y apasionante fábula con entradas y salidas de múltiples personajes. Es una fiesta, es un encuentro, con cancha llena el martes pasado en el Teatro Municipal de La Paz y este pasado viernes en el Instituto Eduardo Laredo de Cochabamba. Es también teatro político boliviano: ¿quién dijo que para concienciar hay que ser aburrido, solemne, pretencioso, falso?
El reparto emplea todas las herramientas que brinda el teatro desde hace miles de años, despliega un ejercicio maravilloso sobre cómo usar el cuerpo, las técnicas de las máscaras, las habilidades del “clown”, las posibilidades del teatro físico. Y logra de yapa –“last but not least”- interactuar con el público sin faltar al respeto, sin importunar, haciendo partícipe a la cuarta pared. Es miel sobre hojuelas.
Las almitas son lo primero. Los muertos tienen dignidad. En el pueblo de Pocona se preparan para el día de los difuntos. Llegan los vivos y los muertos a la fiesta. Hay traguito, mistela, flores, incluso para el espectador que es jalado al interior del teatro con aquellos anzuelos, estas tentaciones. Los muertos no están de adorno, se van a hacer respetar. “¿Qué queremos? Chicha sí, olvido no. ¿Cuándo? Ahora. ¿Cuándo, carajo? Ahora, carajo”. Los muertos -por su derecho a ser respetados- van a bloquear “pacíficamente”; no son “alteños terroristas”, pero.
Luego llega la batalla de coplas con barra (“cuando los vivos llegan al orgasmo/ponen su caritas de limón chupado”), las carreritas y el juego del sapo. Luego desembarca ella, la serenísima señora muerte, la ñatita. Es una chola, de blanco hermoso y largas trenzas. La señora muerte reclama aborto seguro, gratuito y legal y clama por una eutanasia digna. “La muerte presidenta, la muerte presidenta”, grita todo Pocona. Entonces el pueblo baila cueca con la señora, para engañarla, para engatusarla, para seducir a la muerte, para robarle su guadaña, para derrotarla. Es una victoria popular sobre hojuelas.
Tinkunakama tiene sobre el escenario un elenco de seis actores y actrices que nos regalan los papeles de don Néstor, La Muerte, don Porfirio, doña Pacífica, Sandro, Esmeralda, Memoriosa, Yanakuti, el burro Diógenes, el sapo…. y tiene una música en vivo imprescindible que apostilla los momentos a cargo de un versátil Diego Fernández Reguerín. La escenografía -dominada por puertas que se abren y se cierran como entrando y saliendo del umbral de la muerte, como universo paralelo- está a cargo de Gonzalo Callejas, objeto también de chistes de metateatro, presentes en toda la obra. Las luces son de Miguel Ángel Estellano, las máscaras son de Amiel Cayo (desde el Perú) y el afiche, del gran Alejandro Archondo.
Tinkunakama viajará al año en noviembre hacia Italia, al festival de máscaras de Milán. Es un homenaje brillante y lúcido a las almitas que han partido en estos días oscuros y aciagos. Es un canto al respeto. “No tenemos miedo, existimos y resistimos”, dice Ariel Baptista en la noche paceña ya con el telón en el piso. Tabla roja es esa siembra positiva que pedía Salmón De la Barra. La almita de don Raúl estuvo esa noche de martes en el Teatro Municipal disfrutando con el placer del legado cumplido. Su plegaria ha sido escuchada, que se reciba la oración. Las almitas de las dos últimas masacres (de Sacaba y Senkata) también estaban en primera fila, riendo y tomando chicha kulli.
Periodista – jericoara@yahoo.com