Lo blanco y lo perverso
Una reseña sobre Mandíbula, de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda, obra que se encuentra disponible en Bolivia a través de la editorial Nuevo Milenio.
En una cabaña en medio del bosque, Fernanda despierta maniatada. No hay nadie cerca, excepto por su secuestradora. La reconoce y se da cuenta que quien la llevó allí es Clara, su profesora de literatura del colegio. Así inicia Mandíbula, novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda. El libro, publicado por primera vez en febrero de 2018, ya va por su cuarta edición con la editorial Candaya.
Partiendo de ese punto de la historia, Ojeda nos lleva en un viaje para tratar de descubrir y entender cómo es que Fernanda terminó ahí. La novela se va construyendo con saltos temporales, narraciones desde diferentes perspectivas y conversaciones.
Además de Fernanda, otras dos mujeres ocupan lugares centrales en la novela. Una de ellas es Annelise, su mejor amiga y compañera de curso; y Clara, la profesora que acaba de ingresar a dar clases en el colegio privado, católico y sólo de mujeres al que asisten ambas. A través de las palabras de cada una la trama avanza, explorando a su paso el tema que permea todo el libro: el miedo.
Ojeda nos habla desde el inicio de un miedo que se manifiesta o que es representado por el blanco. El terror que está latente cuando vemos algo en su absoluta blancura, sin mancha, enorme, incomprensible. Así es que en el libro a veces nos encontramos en una habitación cuya blancura nos ciega aunque cerremos los ojos, escuchamos las historias de terror que los personajes cuentan y creemos, junto con ellas, que los cocodrilos blancos existen.
Parte importante de la trama es la creación o el descubrimiento del dios blanco. Esta deidad es creada por Annelise, quien luego se la introduce a sus amigas. Este grupo de seis chicas decide reunirse en un edificio abandonado después de la escuela. Un lugar que les permite escapar de las reglas y normas impuestas en el aula y en sus familias. Allí se dedican a crear sus propias reglas, a explorar el miedo, el terror, a poner a prueba sus límites.
En ese edificio es que está la habitación blanca. Ahí conocemos a este dios, a lo que representa, a cómo éste es una manera de explicar el miedo. Miedo como aquello que es ajeno a nuestra comprensión, que es algo más grande que nosotros, imposible de describir completamente. Ojeda relaciona este concepto con las narraciones de Lovecraft, que presenta un horror cósmico, pero igual de incomprensible e inimaginable.
Pero es una de las obras de otro autor que se me viene a la mente al leer Mandíbula: El demonio de la perversidad, de Edgar Allan Poe. Este texto, considerado por algunos un ensayo y por otros un cuento, puesto que involucra elementos de ambos géneros, explica aquello que su título indica; lo que Poe describe como la perversidad.
El demonio de la perversidad es un impulso que surge en momentos inadecuados. Son las ganas de hacer aquello que sabemos que está mal, pero que queremos hacer por el simple hecho de que es incorrecto. Es el deseo que se convierte en ansia y que nos nubla la mente, nos impulsa a la acción sin justificativo alguno, sin finalidad más que llevar a cabo el hecho.
Poe ejemplifica la perversidad de la siguiente forma: Estamos parados al borde de un abismo, mirando hacia abajo. Una parte de nosotros sabe lo que pasaría si decidimos saltar o dar un paso adelante, sabe que no deberíamos hacerlo. Pero el demonio de la perversidad es esa otra voz que, desde el fondo, pregunta ¿por qué no? ¿Por qué no saltar? Saltar y sentir el cuerpo en caída libre, hacerlo porque podemos, porque no vale la pena negar el ansia. Es lo que nos impulsa a cumplirla.
Este demonio se distingue con mayor claridad en las acciones de Fernanda, que en cierto punto revela secretos que solo ella y su mejor amiga Annelise sabían. Los relata y más de una vez menciona que no sabe bien porqué actuó de cierta forma, pero lo hizo igual. La perversidad está allí.
La perversidad también está en Clara, que no sólo secuestra a Fernanda, lo que ya puede parecer un acto perverso en sí, sino que también tiene una obsesión con su madre fallecida. Desea convertirse en ella, copiando todo desde la profesión que elige hasta la ropa que viste. Algo la impulsa y la mueve a imitar a esa figura materna que para ella fue todo menos cálida: una jaula, una mandíbula.
Volviendo al blanco.
En cierto punto, la blancura se asocia a un personaje de la cultura pop: Slenderman. En resumen, Slenderman es el protagonista de cientos de creepypastas (historias de terror) que circulan por internet. Un hombre alto con extremidades larguísimas, que suele estar cerca de niños y jóvenes y cuyo rostro no tiene otra facción más que el blanco. Sin nariz, ni ojos, ni boca. Blanco y liso. Textos, ilustraciones y videos han contribuido a que Slenderman se vuelva un mito.
En el libro Annelise menciona con fascinación que unos años atrás, un par de niñas en Estados Unidos apuñalaron a su mejor amiga influenciadas por las creepypastas y por ese personaje en particular. Por extraño que parezca, ese hecho no es ficcional. Ocurrió en 2014, y atrajo gran atención mediática, realizándose incluso un documental de HBO (Beware the Slenderman) que narra el caso.
Esta es solo una de las referencias que Ojeda hace a hechos reales. Sin embargo, incluso cuando las situaciones son enteramente ficcionales, los personajes están construidos de tal forma que no podemos evitar pensar que podrían ser alguien que conocemos. El ambiente del colegio al que asisten las chicas, su manera de hablar, la dinámica que existe entre ellas y sus maestros, parecen casi calcadas de un colegio real. O al menos uno con características similares al de la novela, como lo era el mío.
No obstante, ciertas situaciones y acciones de las protagonistas nos llevan a creer, de nuevo, que sería casi imposible encontrarnos con algo así en la vida real. O al menos, eso es lo que esperamos.
El blanco y lo perverso son sólo dos de las formas en las que Mónica Ojeda nos invita a experimentar el miedo, entre otras tantas que cada quien puede encontrar al leer su novela. Allí está descrita también la ansiedad (el miedo al miedo mismo), la culpa, las relaciones entre madres e hijas, la maternidad como mandíbula que protege y hiere al mismo tiempo.
Pero en toda la narración de la historia, nos damos cuenta de algo que Ojeda sabe muy bien. La belleza va unida a cada una de esas cosas. Lo maravilloso como algo terrible que se mezcla con la duda y los detalles. La mandíbula es perversa, es blanca, es difícil de explicar. Mas la autora lo hace de manera excelente, atrapándonos en los dientes propios del libro.
Comunicadora