Las niñas: religión, premios y un cine hecho con cariño
Una reseña sobre el filme que se hizo con el Goya 2021 a mejor película y a mejor dirección de fotografía, este último reconocimiento obtenido por la responsable de la imagen de esta producción, la boliviana Daniela Cajías.
España, en tanto que nación, ante la historia y ante la mayoría de países vecinos, posee una particularidad y esta consiste en una relación (demasiado) cercana a la iglesia. Esto ha derivado en una dinámica dialéctica que le ha permitido construir una tradición crítica, satírica o, al menos, laica del fenómeno religioso como ningún otro país del entorno y, esto, de manera privilegiada a través de la plástica, el cine o la literatura. Desde Velázquez (retratando al papa desde una perspectiva completamente secular, por no decir atea), pasando por Goya o Dalí, desde la picaresca del Lazarillo de Tormes hasta llegar a cineastas como Buñuel, García Berlanga o más recientemente Fesser con Camino, constatamos realmente un paradigma estético que enfoca la vivencia de la iglesia católica desde su lado más humano, folclórico, tradicional, político, pecador y hasta grotesco; en fin, desde su lado más profano. En ese sentido, Las niñas no se aleja de esa tradición que, como bien nos muestra, persistió (y persiste) hasta mucho después del llamado “destape”.
Celia es el epicentro de Las niñas, largometraje donde esa pequeña parece ser lanzada al medio de la tormenta, ya sea por la vorágine que le van causando los descubrimientos que se suceden a su alrededor por causa de la edad y de las amistades que paulatinamente la van rodeando, y por otra parte los secretos que se van desvelando sobre su origen y su pasado.
Si bien Celia tiene que afrontar la mayor parte de estas epifanías existenciales en solitario, ella siempre se ve arropada por el cariño y el cuidado que le ofrece la novel directora Pilar Palomero, y sobre todo por la cámara de Daniela Cajías, que la envuelve, la acaricia y la consuela en sus momentos más desamparados.
Las niñas, posee muchas virtudes de carácter artístico, interpretativo, técnico o narrativo, muchas, pero creo que ninguna como el cariño que sus realizadoras le han puesto a la película, y eso se nota en cada plano, en cada situación y en la cercanía con la acompañan y con la que velan por su protagonista, la niña de 12 años Andrea Fandos (Celia).
El viaje de Celia parte de su timidez y de su mutismo, cercada por un mundo de paredes religiosas y silencios familiares, en la que finalmente, después de mucha agonía, decepción y pequeñas alegrías, va consolidando una visión acompañada de la permanente luz de sus ojos, va hallando y profiriendo una voz, esa voz que plasma en el último plano del filme, que cierra triunfalmente el bucle que abren con la escena inicial, que abre como si de cine mudo se tratara.
Los premios no hacen a las películas grandes, pero cuando una película intimista, independiente y carente de fuegos artificiales vence – lo que ocurre a Las niñas, con su triunfo en los Goya – enaltece a la instancia que premia, por no girar la mirada hacia la grandilocuencia, soslayando el milagro del detalle revelador que ofrece un cine como el que propone esta película. Que haya sido premiada como la mejor película del año, que presente a Pilar Palomero como la mejor directora primeriza y que Daniela Cajías haya triunfado como fotógrafa portando la égida de mujer y migrante boliviana (inédito en la historia de los premios Goya), convierte la conquista de Las Niñas en algo trascendente y que permite ilusionar a los que creen en un cine hecho con menos florituras y no tanto dinero, pero con mucho talento y, sobre todo, un enorme cariño por sus personajes y por las historias que quieren narrar.