La tierra, el cielo y su comunicación como constantes en la pintura de Gonzalo Ribero
Análisis de la obra del artista cochabambino a propósito de su nueva muestra, Ara Coeli, que se inaugura el viernes 4 de octubre en la galería Casa Toscana en Cochabamba.
El artista plástico Gonzalo Ribero (Cochabamba, 1942) abre este viernes 4 de octubre su muestra Ara Coeli en la galería Casa Toscana (calle Santiváñez No. 134 entre Junín y Hamiraya) y se extenderá hasta el 4 de noviembre. Se tratan de 38 piezas producidas, en su mayoría, para la ocasión.
Ara Coeli proviene del latín y traducido al español significa “altar al cielo”, además que el término ara hace referencia a una piedra destinada para ofrecer el sacrificio. Es un nombre que sirve para sintetizar los conceptos, preocupaciones y fijaciones que ha tenido el pintor cochabambino durante más de 60 años de carrera artística, y que, por su larga carrera, no se sabe cuándo vuelva a realizar suficientes obras para armar una nueva muestra.
Hablo de la tierra, el cielo y los diferentes medios espirituales que posibilitan su comunicación como los tres elementos que el artista ha ido puliendo y descubriendo desde sus inicios como pintor figurativo de portones y tejados hasta su semiabstracción actual con un sentido que denota una expresión más introspectiva y anímica. El primer elemento, la tierra, se puede rastrear en sus techos y fachadas coloniales con concentrados cafés y marrones, con su insoluble relación con lo pétreo que después tomaría la forma definitiva del batán.
Tanto Muerte (1969) como Septiembre (1970) nos enseñan paisajes de estructuras coloniales fuertemente arraigadas a la tierra. Superior a ellas un saturado sol en naranja, que ya reflejan a los astros como símbolo del cielo, ahora con diferentes formas y colores, que al mismo tiempo encarnan representaciones de los dioses.
Desde que Ribero ha transformado sus representaciones realistas en figuras más gestuales y sugestivas, los medios de comunicación entre el cielo y la tierra se han visualizado más. Como representa en Llegada (2019), estos canales son una especie de altares que rememoran a los restos arqueológicos tiahuanacotas, como estructuras que mantienen su relación con la tierra y lo pétreo a través de sus superficies rugosas con signos encontrados en cerámicas y entierros precolombinos.
El proceso tierra-comunicación-cielo en la obra de Ribero desemboca en una ideología espiritual que es la creencia de la vida después de la muerte, como refiere el mismo artista. El estado anímico del pintor juega un rol fundamental en el trabajo del pintor, tanto en la frecuencia de producción como en el contenido. Ha cambiado la línea sobria de ocres y grises con una gama de colores que no titubea en incursionar en diferentes azules y verdes por el lado frío y en amarillos y naranjas por el lado cálido.
El color se ha vuelto el punto de origen y principal parámetro indicador de la forma que tomarán sus obras. Desparrama los pigmentos, puede ser un frío en la gama de cálidos o un cálido en la gama de los fríos, sobre un lienzo humedecido que permite que se vayan diluyendo o uniendo y sugiriendo el rumbo que va a tomar la obra. Carga con acrílico para ir definiendo las formas y ultimar los detalles con óleo.
La obra de Ribero es una confirmación a la idea de poder innovar la pintura de caballete desde los propios métodos tradicionales. Ha sido su carrera, una constante búsqueda de hacerse con diferentes medios y técnicas, siempre en función de una idea. Se puede mencionar el uso de pulverizador para humedecer el soporte y por tanto los colores; una pasta elaborada en base de mármol que sirve para dotar de una textura y superficie áspera y gruesa a la pintura y que sirve para reproducir la sensación de la piedra; y el esparcir arena como toque final. Recordando además que anteriormente ha utilizado soportes como collages de troncos o de yute.
Del mismo modo, Ribero ha realizado tres performances, como Pacha en el convento franciscano de Tarija o Mi luchada en la extinta galería EMUSA de La Paz. Menciona que, a pesar de que el arte contemporáneo no sigua “su línea” siempre la valora cuando es “hecha con calidad”. Prácticamente es lo que se exige al arte de nuestro tiempo: nuevas propuestas pero que siempre denoten disciplina y talento.
Esta última corriente el artista plástico la autoinscrito en la corriente del ancestralismo. Críticos e historiadores lo ponen como símiles en época y temática a Gustavo Medeiros (Cochabamba, 1939) e Inés Córdova (Potosí 1927- La Paz, 2010). Sin embargo, él señala como similares a los abstractos Óscar Pantoja (Oruro, 1925 – 2009) y María Luisa Pacheco (La Paz, 1919- Nueva York, 1982), a la que recuerda como “compañera de charlas técnicas” con el mismo cariño que Marina Núñez del Prado (La Paz, 1910- Lima, 1995) quien impulsó su obra.
Finalmente, destaca en la producción actual dentro de Cochabamba a Zenón Sansuste (Potosí,1962), Leonardo Aliaga (La Paz, 1956) y Ramiro Baptista. Pintores, que como él, han decidido seguir el camino de innovar desde los métodos tradicionales.
Periodista – caio.ruvenal.257@gmail.com