Filosofar en Bolivia y el problema de la identidad
“Parece no haber otra forma de terminar el gran problema de la identidad y autenticidad de la filosofía boliviana que el arrancarlo de raíz y reformularlo”.
¿Somos el momento constitutivo zavaletiano en el que se forma nuestra conciencia nacional? ¿Somos el asombro indignado de Adela Zamudio y desde ese asombro filosofamos? ¿Somos un territorio imaginado?, ¿imaginario?, ¿relatado en nuestra política y en nuestra literatura? ¿Imaginamos filosofarnos? ¿Somos nuestras fronteras? ¿Qué fronteras? ¿Somos una repartija gamonal? ¿Somos sólo exportadores de recursos naturales? ¿Con quién comerciamos la filosofía? ¿Somos los que se siguen preguntando interminablemente quiénes somos?
Nos encontramos a menudo tan cansados de buscar una solución a estos problemas, que soñamos con una mágica disolución de los mismos. Parece no haber otra forma de terminar el gran problema de la identidad y autenticidad de la filosofía boliviana que el arrancarlo de raíz y reformularlo.
Más que el fin de una época, hoy es época de fines, “fin de los grandes relatos” diría un posmoderno, “fin del mundo” diría el más paranoico de los asustados por la reciente pandemia, “fin del capitalismo” diría el más optimista de los entusiasmados por los efectos económicos de la misma pandemia. Quisiera yo, tal vez con un poco de soberbia (¿hegeliana?), proponer el fin de la pregunta por la identidad y la autenticidad de la filosofía boliviana. Quizás me equivoco, como se equivocó muy probablemente Francis Fukuyama con lo del “fin de la historia”, pero estaré contenta con que sea este error por lo menos ocasión de una exhortación a filosofar más allá del hocico en el ombligo.
¿Por qué nos arremete el cuestionamiento sobre nuestra identidad nacional y sobre nuestro derecho a hacer filosofía? ¿Por qué Alemania no duda de su identidad nacional o su derecho a filosofar? De pronto, los idealistas de esa nación son “idealistas alemanes”; nunca se preguntaron si estaban haciendo filosofía alemana o no. Y esa nación también fue invadida, también conquistada, también es plural. También encuentran muchas formas diferentes de hacer filosofía. Homogenizar la filosofía alemana es equivalente a homogenizar su música, que va desde Faun, pasando por Kraftwerk, hasta Rammstein. Entonces, ¿por qué queremos homogenizar la nuestra?
Quizás alguno me dirá: “pero preguntarse por la identidad y autenticidad de la filosofía boliviana también es filosofar”. Y, en ese caso, le respondería que si bien ‘¿qué es filosofía?’, ‘¿qué es lo boliviano?’, ‘¿cuál es el espíritu de una nación?’ o ‘¿quiénes somos?’, son preguntas innegablemente filosóficas, hay que decir también en forma retórica: ¿se preguntó Aristóteles si Pitágoras estaba haciendo filosofía griega? El mundo helénico gozaba de una cultura tan orgullosa de sí misma que los romanos tuvieron que imitar gran parte de ella para reproducir ese orgullo. No había cabida en ese orgullo para que Aristóteles se pregunte si los griegos estaban haciendo una filosofía auténtica y con identidad griega, no babilónica, ni egipcia, ni oriental, a pesar de que sacaban de todos ellos bastantes ideas. Cito ejemplos de filosofías occidentales, no para compararlos en un sentido de descubrir qué filosofía es mejor, de ninguna manera; sino, más bien, para demostrar que nosotros también tenemos “el derecho de” filosofar, sin hundirnos en la necesidad de autojustificarnos. Rechazar esos ejemplos sería contradictorio con los preceptos de la interculturalidad, mismos preceptos que nos permiten a nosotros hacer filosofía. Entonces, filosofemos sin más, sin dudar de si estamos haciendo filosofía o no.
Claro está que tampoco se trata de diluir la filosofía a tal punto de que la doxa se confunda con la episteme. No se quiere lograr con este final que todo aquél a quien le guste opinar sobre la política, sobre la ética, sobre el sentido, sobre la Naturaleza o sobre Dios, sea llamado filósofo. No sería filósofo quien, ya sea por agrado o por moda, elige decir una cosa porque simplemente le gusta pensar de esa manera. Sólo esa restricción impondría. Las proposiciones filosóficas tienen que estar argumentadas, no necesariamente con las reglas de la lógica occidental, pero sí bajo algún criterio justificado por el propio filósofo que lo usa. Filosofemos argumentando, escribiendo, reflexionando, dedicando horas, días, años, a la meditación sobre un mismo asunto.
Parece no haber otra forma de terminar el gran problema de la identidad y autenticidad de la filosofía boliviana que el arrancarlo de raíz y reformularlo. La reformulación de este problema consistiría en un cambio de sentido en la intención de las preguntas. Las preguntas planteadas al principio pueden interpretarse con dos intenciones diferentes: a) como preguntas sobre la identidad y autenticidad de la filosofía boliviana; b) como preguntas que, a partir del cuestionamiento sobre quiénes somos y qué es la filosofía, abarcamos cuestiones últimas, con tendencia universal. La opción ‘a’ quedaría disuelta. Y la opción ‘b’ esperaría ser resuelta.
Probablemente el estatuto filosófico, así como el científico o el artístico, se otorgue por su capacidad de satisfacer a un canon académico dominante, por la capacidad de exportar y comerciar el saber. Frente a una situación tan lamentable, nosotros, como dicta nuestra tradición de país extractivista, nos limitamos a extraer materia prima académica, analizar, interpretar y citar a los autores que “sí tienen” derecho a filosofar.
¿Somos los que se siguen preguntando interminablemente quiénes somos? Pues sí lo somos, en el sentido de que estamos llamados a filosofar, pero no lo somos, cuando esto irónicamente nos impide hacerlo. Así que, de una vez y sin más quejas, filosofemos.
Licenciada en Filosofía y Letras – valeria.rodriguez.phil@gmail.com