Esos malditos bajitos
Un antihomenaje a los niños en su día, a partir de la revisión de dos películas que los tienen por protagonistas, aunque no como héroes. Esta versión deriva de otra originalmente publicada hace algunos años en ocasión del estreno nacional de los filmes En un mundo mejor y La cinta blanca.
Quisiera referirme, brevemente, a una curiosa coincidencia entre la cinta danesa En un mundo mejor (Susane Bier, 2010), ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera de 2010, y la austríaca La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), merecedora de la Palma de Oro del Festival de Cannes de 2009. Me concentraré en trazar paralelos relativos a su contenido, más específicamente, a sus personajes. Hablo, pues, del inquietante protagonismo que los niños ocupan en ambas obras.
En un mundo mejor cuenta la amistad que traban dos niños preadolescentes, Elias y Christian, que comparten la escuela en una pequeña ciudad danesa. Elias es víctima de los permanentes abusos de sus compañeros de escuela, del cual no prefiere no hablar con sus padres, separados y a punto de divorciarse. Christian acaba de llegar junto a su padre procedente de Londres, donde ha perdido a su madre debido a un cáncer. A ambos los une la necesidad de defenderse y, de ahí, a vengarse de todos aquellos que les infligen daños a ellos o a sus seres más cercanos. Así, llegan a tramar una violenta venganza (traducción literal del título original de la película) contra un hombre que ha agredido al padre de Christian.
A su vez, La cinta blanca nos traslada a una comarca alemana protestante de principios del Siglo XX, unos meses antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, donde una serie de escabrosos hechos de violencia de los que son víctimas diferentes habitantes de la comunidad, ponen en el centro de la trama a un puñado de niños. En un ambiente atravesado por la represión que impone el protestantismo vigente y la incomunicación violenta que media las relaciones de los habitantes del pueblo, los infantes aparecen como inesperados sospechosos de los misteriosos vejámenes que sufren pobladores de diversa laya, desde el médico del pueblo hasta un niño con Síndrome de Down, pasando por una humilde trabajadora y el hijo del barón.
Así pues, si en algo coinciden discursivamente estas cintas es en que rehúyen de esa mirada idílica al uso sobre la niñez, que suele asociarla casi automáticamente con la inocencia, la ingenuidad, la indefensión, la vulnerabilidad o la pureza. Los niños que las protagonizan son, por el contrario, abiertamente destructivos, crueles, violentos, peligrosos, todo menos inofensivos. De hecho, lo que los mueve es una sed casi insaciable de venganza. Aspiran a vengarse del mundo adulto y de todo lo que este representa: la imposición, la represión, el abuso, las prohibiciones, la mentira, el silencio, la violencia…
Y su venganza no conoce de límites. Porque la revancha de los infantes nace del dolor, del dolor que no comprenden, del dolor que los adultos se niegan a explicar o a intentar resolver; de ese dolor que, sin llegar a entender, intentan canalizar a medida que van generándolo entre sus congéneres, a medida que lo provocan y comparten con los otros. Y la vía al dolor no es otra que la violencia, esa violencia que los adultos también intentan ocultar de los niños, aunque sin éxito. ¿Cómo ocultar la violencia a quienes son frecuentes víctimas de su ejercicio? De ahí que no sea gratuito encontrar a los niños que protagonizan estas películas, apaleando hasta el cansancio a sus propios compañeros, rozando sus cuellos con navajas, intentando ahogarlos en un manantial, o montando trampas mortales para los adultos, fabricando bombas caseras para destruir sus bienes o atravesando a sus mascotas con tijeras… Y ojo que esto es que apenas lo que se muestra, porque está también lo que se nos sugiere: los cuerpos u objetos que exhiben las señales del brutal maltratado del que han sido objeto.
Ahora bien, esta coincidencia en la construcción de los personajes infantiles ya no es tal en los respectivos desenlaces de cada una de las películas. Las dos películas se resuelven de distinta manera y, acaso, en esa distancia radique lo que hace definirá la perdurabilidad de una y otra en tanto obras cinematográficas. Es que mientras una encuentra la redención para los niños y los adultos en el perdón y el amor; la otra nos sugiere que la malignidad de sus pequeños protagonistas es apenas el germen de una perversidad aun mayor que se avecina, de esa perversidad que devendrá en terror. No voy a precisar a qué cintas corresponden los desenlaces descritos, pues quienes las han visto, saben muy bien de cuál se trata y quienes no las han visto, no deberían perder más tiempo y lanzarse a los cines de una vez.
Dudo que la imagen de unos niños despojados de su pureza y entregados al terror sea una buena publicidad para las dos películas abordadas. En todo caso, si estas líneas estuvieran a punto de alejar al lector del visionado de estas dos soberbias cintas, le pediría que volviera a leer solo la primera parte de este texto. Pero, si por el contrario, le despierta una “malsana” curiosidad, como la que suele movernos a no pocos cinéfilos, no tiene más que buscarlas para saber de qué pueden ser capaces esos “retoños”, esos malditos bajitos.
Periodista – @EspinozaSanti
Quiso ser futbolista, estrella de rock, cineasta, pero solo le alcanzó para fracasar como cinéfilo en la soledad de su cuarto. Quiso ser escritor y en el periodismo sigue fracasando de forma impune hasta que alguien criminalice y prohíba el fracaso.