Érase una vez en Cochabamba
Testimonios de las cochabambinas y cochabambinos vinculados al quehacer cultural que evocan sus propias versiones de esa urbe prepandémica que, hoy más que nunca, se habita y celebra desde la memoria y la imaginación.
Cochabamba celebra hoy un nuevo aniversario. Y no uno más. No uno cualquiera. Celebra su primer aniversario postpandemia. Cochabamba celebra un aniversario sin cochabambinos, o con los cochabambinos a medias. Unos la observan desde el confinamiento. Otros la redescubren aún con desconfianza. Algunos la añoran sin poder visitarla. Y no pocos la están ch’allando desde la tierra que los acoge como su nueva morada. Cochabamba es hoy una ciudad que, más que celebrarse, se extraña. Y cómo se la extraña. Así lo testimonian las cochabambinas y cochabambinos vinculados al quehacer cultural que en estas páginas evocan sus propias versiones de esa urbe prepandémica que, hoy más que nunca, se habita y celebra desde la memoria y la imaginación.
Cochabamba
Es probable que las vacunas nos devuelvan a la vida sencilla de nuestra ciudad. Mientras ellas lleguen, es un conglomerado de casas y edificios que observamos desde la ventana. Parece una acuarela en su quietud de colores suaves como su cielo en primavera. No está, en el horizonte, el smog ocre de las ladrilleras ni el grisáceo de sus tantos vehículos ya chatarras. Las aceras lucen despejadas del comercio desbordante. Las calles enseñan la ondulación de su asfalto. El paisaje urbano continúa atrapado en mil kilómetros de cables sin uso, de letreros oxidados y de pasacalles con que los vecinos y la alcaldía la agreden. Es una ciudad que descansa de sus victimarios. Pronto volverá al caos que le conocemos. La pandemia hace que incluso la añoremos, porque en su laberinto están las personas que amamos. ¿Qué añoramos de ella? Pues, a nosotros mismos. A nosotros todos que sabemos, con certeza y pena, que la estamos perdiendo. A nosotros que la amamos en la agonía y la velamos sin cesar.
Septiembre, 2020.
Gonzalo Lema, escritor
“Poder ir”
Extraño ver a mis amigos y a mi familia. O la idea de que podía ir en cualquier momento. Lo que más
extraño es poder ir.
Alejandra Alarcón, artista visual
“Una sensación extraña”
Es una sensación extraña. Presiento que todavía nos cuesta entender lo que estamos viviendo como humanidad. Estamos en un proceso de adaptación y todavía pensar en lo que extraño me cuesta mucho analizar. Obviamente pienso en cosas instantáneas como poder respirar libremente, o cosas básicas como salir de mi casa. Poder tener un rodaje y abrazar a mi gente, ver a mi mamá. Pero lo que más extraño es tener esa tranquilidad al irme a dormir y eso es algo que como humanos nos debemos. Y es que le hemos fallado al mundo. Siento que cuando esto pase deberíamos haber aprendido una lección, sobre todo, porque estamos dañando a la naturaleza y espero que nos demos cuenta a tiempo.
Yashira Jordán, cineasta – @joroschita
“Que no nos venza la nostalgia”
Lo que más extraño es compartir con amigos, amigas y familiares, tomar un expresso por la mañana; por las tardes, un platito con unas cervecitas; por la noche, los conciertos, los ensayos, etc. Lamentablemente, esta situación me ha pegado donde más me duele, siempre he sido un ser muy social y se han cerrado todos los lugares donde me encontraba con mis cuates, cuatas y cuetes. Nos hemos tenido que acostumbrar a hacer todo vía internet, extraño mucho los abrazos… pero creo que no podemos dejar que nos venza la nostalgia y de todas formas uno se da maneras para no perder la comunicación, así que últimamente me reúno por lo menos una vez a la semana con mis brothers and sisters. He aprendido a manejar un par de programas y amenizo las “zoomeadas” bajo el pseudónimo de Furia’s DJ, por lo menos hasta que se termine todo esto.
Luigi Baudoin, músico
“Extraño no extrañar”
Extraño sentir la corriente de los acontecimientos verdaderamente importantes acercarse, inagotables como la de los ríos. La certeza de un festival, de un concierto, una salida con amigos, una feria de libros, una tarde en el cine, una puesta de sol a la orilla de un mar. Extraño abrir esa agenda interior que movilizaba, en la sangre, la emoción. Extraño llevar al colegio a mi hija, comprarle un helado, comerlo ese mismo instante, no pensar ni seguir la burocracia sanitaria de la OMS. Extraño el trabajo como un espacio que, en su contraste, hacía de mi casa la tregua. Extraño ver los ojos de algunas personas, las bocas de otras, las manos explicando ideas, las risas perdidas, la sanidad de la mente y el cuerpo de todos. Extraño no extrañar.
Alba Balderrama, productora y gestora cultural
“Ahora toca reconstruir”
Lo que más extraño es poder abrazar y besar a mi familia y los conciertos, los viajes, los ensayos, compartir la energía de la música con mi tribu, sentir retumbar los parlantes bailando en trance en el escenario, cantar y gritar con todas mis fuerzas, extraño el hermoso ruido, el calor y la humedad de las noches rockeras. Pero estoy muy feliz de poder decir que he usado este tiempo de confinamiento para meditar profundamente, sanar, aprender, renacer y disfrutar de la convivencia para retomar el viaje con el alma renovada y optimista, para seguir creando a partir de lo nuevo, ahora toca reconstruir.
Chelo Navia, músico
Extrañamiento del encierro voluntario
Extraño los encierros de ensayo de cada noche, esos en los que los actores de un grupo de teatro leían “en vivo y directo” un texto en proceso y me dejaba ver reacciones orgánicas a lo que había escrito, para seguir avanzando en un proceso de creación en el que el convivio es esencial. Extraño preparar un espacio con luces, escenografías y utilerías para recibir a los otros que nos quieran ver y escuchar. Los procesos de creación teatral incluyen muchos encierros voluntarios y siempre son para después de un tiempo, abrirse para recibir a otros. Se extraña presentar.
Claudia Eid, dramaturga y directora de teatro
“La presencia de la comida”
Estar fuera del valle y extrañarlo es, por definición, lo más cochabambino que se puede hacer. El mítico “andariego escozor” que nos caracteriza, manifiesta siempre nostalgia la eterna primavera, los platitos de la tarde, la chicha kulli y el mote con quesillo. Lo que más extraño de la Cochabamba prepandémica son las porciones pantagruélicas de deliciosas comidas, servidas en platos que bien podrían ser bañadores o macetas. Extraño eso, lo que nos hacía sociedad en lo más básico: compartir la comida. Ese siempre ha sido el momento para despojarnos de los prejuicios que cargamos ante los compatriotas. El momento en el que mejor podemos mostrar que “no somos como dicen”. Extraño el enjambre de manos sirviéndose porciones personales de un enorme plato al centro de la mesa, el momento propicio para el nosotros. “No es la comida lo que se extraña, es la presencia de la comida”.
Luis Carlos Sanabria, escritor
Esconderse de Cochabamba
Extraño esconderme de Cochabamba. Porque este encierro ante un enemigo invisible no es una forma de esconderse. Al menos, no en sentido puro. Cochabamba es una ciudad que, como cualquier otra, está sobrepoblada de lugares comunes: la comida, la campiña, la contaminación, la envidia, la chicha, la basura, “la” clima y un largo etcétera (que suena mejor en femenino). No por comunes son lugares que negamos, detestamos o esquivamos; más bien, los visitamos con una frecuencia insana que nos vuelve más vulnerables que otros a pestes y cosas peores. Pero, acaso lo mejor que guardan los lugares comunes, son sus puntos de fuga. Esas esquinas, cafés, jardines, cantinas y cines en los que Cochabamba y los cochabambinos se esconden, nos escondemos, de Cochabamba.