El Rey está desnudo
En el viejo videoclip de “Bad”, cuya duración alcanzaba la media hora bajo la dirección de Martin Scorsese, un joven Michael Jackson salía de una escuela secundaria, viajaba en subte hasta el Bronx y en un desolado estacionamiento tres hombres le salían al cruce. Uno de ellos, interpretado por Wesley Snipes, lo atosigaba para que dejara la escuela y se uniera a una pandilla. Michael Jackson hacía un pase mágico, una gama de colores rabiosos invadía el lacónico blanco y negro, y de ese modo se convertía, a su manera, en un chico malo con pandilla propia. Casi treinta años después, el documental Leaving Neverland de Dan Reed viene a decirle a los fans de Michael que quizás el Rey del Pop no estaba mintiendo en ese video.
¿Por qué Michael Jackson “amaba” tanto a los chicos? ¿Por qué en sus recitales los hacía subir para que bailaran sobre el escenario? ¿Por qué nadie cuestionó un comportamiento semejante? En aquel momento parecía algo “normal”. El mensaje de Michael Jackson había sido el de propiciar amor con su música a miles y miles de personas alrededor del mundo. No había razas, ni diferencias de edades, ni tampoco distinción entre géneros; para Michael el mundo parecía ser un gran monada de gente unida por la fuerza de su música. Hoy, si miramos atrás, quizás solo veamos una época repleta de confusión (¿qué época no lo es?); el star system cinematográfico se mudaba hacia la televisión, la música pop generaba nuevos modelos de consumidores y bajaba su estatuto de “punibilidad” dentro del mercado, y sobre esa montaña de fantasía cultural se alzaba un ícono que reunía todas las condiciones para cautivar con un sonido poderoso.
La sumatoria de los días en la vida de Michael Jackson fue una excentricidad. Las habladurías lo acecharon de modo tal que el especial de The E! True Hollywood Story –uno de esos programas que se hacían con footage de paparazzis, material de descarte de televisión y archivos sacados de los más vetustos canales, pegados y editados con voces en off de dudosos “eruditos”– tuvo una duración de una semana a razón de tres horas diarias. Había en esa vida material de toda índole: una infancia bipolar asediada por la crianza de un padre tirano, alcohólico y golpeador; el súbito éxito de un chico que en pocos años se despegó de sus hermanos y lanzó su carrera; la transmutación de la piel, del negro hacia el blanco porque, se especulaba, tenía vitiligo; la extravagante amistad con Elizabeth Taylor y la compra de un porcentaje de las acciones de The Beatles. Sus matrimonios fallidos (uno con Priscilla Presley, hija de Elvis) y sus hijos concebidos en vientres de alquiler. Su casa estilo Disneyworld llamada Neverland Ranch, en siniestro homenaje a Peter Pan. Y por supuesto, los chicos que lo seguían a todos lados y vivían con él.
Por los Jardines de Kensington
Michael Jackson tuvo dos denuncias legales por abuso sexual a menores a lo largo de su vida. La primera fue en el año 1993 por parte de Jordan Chandler, quien describió ante un tribunal los genitales, las nalgas y la espalda del cantante. También aseguró que había sido expuesto a pornografía infantil periódicamente, que había dormido en la misma cama que su ídolo y que habían llevado a cabo frecuentes prácticas sexuales. Jackson tuvo que cancelar la gira mundial que estaba haciendo llamada Dangerous Tour y compensó a la familia con 20 millones de dólares. Lo curioso del caso es que, años más tarde, Chandler se desdijo abiertamente de sus declaraciones y admitió que había sido influenciado por su padre, un alcohólico que murió pocos años después.
El segundo caso de resonancia fue de Gavin Arvizo, que lo denunció penalmente y lo llevó a la corte en el año 2003. Michael Jackson pagó por el tratamiento de cura del cáncer de Gavin (extorsionado por la madre del chico) y él protagonizó un documental que se llamaba Viviendo con Michael Jackson, en donde se contaba el día a día en la casa del astro. En cierto modo, el documental era un modo de limpiar su imagen después del escándalo público que generó la primera denuncia. Poco después del estreno, Gavin y su familia lo denunciaron y declararon ante un juez lo que no se contaba en la película: cómo Michael Jackson lo había masturbado y había abusado de él durante dos meses seguidos. La casa de Neverland fue allanada por la Policía. Allí se encontró todo tipo de material pornográfico; una colección de imágenes que databan del siglo XIX, pornografía infantil e imágenes de pornografía gay que, según las pericias psicológicas, eran usados por Michael Jackson para reducir las inhibiciones de las víctimas. Jackson enfrentó cargos penales que lo podían llevar a la cárcel por 20 años. Sin embargo, fue declarado inocente, en parte por las declaraciones de los actores Macaulay Mi pobre angelito Culkin y Corey The goonies Feldman. Otro que lo defendió fue el bailarín y coreógrafo australiano Wade Robson quien pocos años después se desdijo y confesó haber sido, como Jordan y como Gazin, él también una víctima.
Robson es uno de los dos protagonistas de Leaving Neverland, documental de cuatro horas, dirigido por Dan Reed y producido por HBO que acaba de estrenarse en EEUU, y produjo el efecto de una bomba. Allí cuenta que tenía en su casa materna la pared llena de afiches de Michael Jackson. Miraba obsesivamente los videos, copiando paso a paso los movimientos de su ídolo; la forma de caminar, de pararse en el escenario, el timbre en la voz. Robson participó de un concurso televisivo con su interpretación sobre Michael Jackson que, en esos azares de la vida, llegó a las manos de su ídolo. Poco tiempo después, Michael visitaba a la familia Robson en Australia, una pareja de comerciantes frutícolas de clase media baja y los llevaba hasta las puertas de su rancho Neverland en Santa Barbara, California. Durante siete años, Robson confiesa haber sido víctima de abusos sexuales.
El caso de James Safechuck, el otro protagonista de la primera parte de Leaving Neverland, es ligeramente distinto. James no era fanático de Jackson sino que le gustaban los Transformers. Su madre, una peluquera casada con un comerciante, llevó a su hijo a un casting para publicidades, y resultó que después de algunos trabajos terminó compartiendo cámara en una publicidad de Coca-Cola con Michael Jackson. Safechuck fue una de las primeras víctimas de Jackson, a quien llevó a su casa en Neverland a fines de los años 80.
Entrevistados en ambientes neutros y familiares, las dos biografías crean un espejo deforme, se vuelven similares a tal punto de disolverse en paralelo a medida que el relato avanza. Las historias parecen sacadas de un cuento de hadas del terror. Están narradas con una meticulosidad pasmosa y exasperante, en un línea delgada que va entre el desconcierto y el horror. “Yo sé que todo lo que cuento parece enfermo pero fue muy similar a cuando una pareja se conoce y tiene sexo todos los días”, dice James Safechuck, quien llegó a intercambiar anillos de casamiento con Michael Jackson. Los muestra a cámara, en una secuencia increíble: todavía conserva el anillo.
Después del documental, Safechuck y Robson le dieron una entrevista a Oprah Winfrey. Por qué defenderlo y diez años después protagonizar un documental con una declaración que dice lo contrario, le pregunta Oprah en su programa a Wade Robson, que actualmente tiene 36 años de edad. Robson, además, es coreógrafo y tuvo una relación profesional con Jackson. Porque en aquel momento, dice él, de haber dicho la verdad tendría que haber replanteado toda su vida, un replanteo que excede a su propia existencia y alcanza a una cultura en su totalidad: ¿qué hacer con la figura de Michael Jackson?
Mata a tu ídolo
Reed, el director de Leaving Neverland, no cree o al menos no estimula que a raíz de su trabajo documental la gente deje de escuchar a Michael Jackson. No espera una caza de brujas ni una censura (aunque sí está ocurriendo en Canadá y en Nueva Zelanda). “Michael Jackson fue una persona enferma que le hizo mucho mal a menores de edad. Y no se trató de un caso aislado, sino de una operación sistemática; víctima tras víctima tras víctima. Pensemos que en mi documental solo hay dos declaraciones”, dice Reed para The Guardian, sin descartar la posibilidad de hacer una segunda parte si comienzan a aparecer más casos.
Como era de esperar, ríos de tinta digital corrieron a raíz del estreno. Mientras la familia de Jackson, sobre todo la hija mayor, Paris, demandó a HBO por 100 millones de dólares por daños y perjuicios, la crítica señaló que no hay que ver Leaving Neverland como una película sobre Michael Jackson sino como una película que viene sumar un punto de vista a las declaraciones iniciadas con el movimiento #MeToo, en donde distintas actrices denunciaron casos de violencia y abuso, e implicaron a celebridades como Woody Allen, Harvey Weinstein y Louis C. K. Pero en Leaving Neverland no se percibe la lógica del escrache. Las declaraciones son indagaciones sobre el propio trauma. La puesta en escena del documental está planteada como una sesión de terapia en donde las victimas hablan y narran sin dramatismos sus experiencias. En ese sentido, las dos historias se vuelven más complejas con las declaraciones de sus madres, las “responsables”, en términos sociales, de la seguridad de sus hijos. ¿Por qué las dos madres dejaron solos a sus hijos con un adulto? Los chicos pasaban las noches con Jackson, en la cama, con autorización, beneplácito y ningún cuestionamiento de estas mujeres. Por momentos, la madre de Robson parece hacerse cargo de esta locura. Argumenta que la posibilidad de que su hijo mantuviera un contacto cercano con Michael Jackson le abría a ella un mundo insospechado, y le daba la valentía suficiente como para encarar un divorcio en un matrimonio infeliz.
Leaving Neverland es en definitiva una inmersión descarnada en la fama y su impacto en la vida cotidiana. No es casual que la emisión de la primera parte se haya lanzado en paralelo a la entrega de los Oscar. Mientras las celebridades paseaban sus vestidos por la alfombra roja, pocos canales más allá dos hombres hablaban sobre sus experiencias de abuso sexual ocasionadas por una celebridad. El periodista y especialista en música popular Gerrick D. Kennedy de Los Angeles Times se pregunta qué hacer con el legado musical de Michael Jackson ahora que el Rey ha muerto, ya que los casos que comienzan a salir a la luz lanzan una pregunta muy evidente: por qué nadie vio lo que estaba pasando delante de las cámaras, delante de los ojos de todo el mundo, o peor, por qué nadie quiso verlo ni escucharlo. Porque no sólo se trataba de la culpa frente a un trauma cuyas víctimas padecen sin entender, sino también, como dice el propio James Safechuck, la culpa de lastimar al Dios que todos veneran, incluso las mismas víctimas. En The New York Magazine, el periodista Matt Zoller Zeits dice: “Ver esta película es como contemplar nuestro propio Neverland, esas zonas paradisíacas en donde los adultos nos regodeamos en los placeres de la nostalgia y alzamos en furia cuando nuestros héroes podrían ser un poco menos heroicos. Es tiempo de crecer”.
Fernando Krapp, Periodista
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