De un agujero que no es una falta
Barricadas
Donde juran haber visto poesía
ruinas
Un barco, un pez,
El loco se comió al po eta
Cada uno de sus v ersos
En un estadio c orren niños
desnudos
Veremo s si son aptos
para la vida
los que no al abismo
(es más ligero a ratos)
Y el cielo es una barricada
de humo de pasta base
Nuestros guardianes
Nos esperan para pincharnos
El cielo te aplasta mientras lees a Podolski
(tal vez así sea más
entretenido)
Pero no
Te pasan fragmentos de películas de Godard
Y alguien reclama Adiós al lenguaje
Somos carne y neuronas en
Este estado
Centinelas de la racionalidad
Instrumental
(le pusimos un alto no? )
Osadía pura de exprimir
Las médulas
Como feto ahogado en
líquido nicótico
(Camilo Barriga Dávalos)
La alusión incial: Anus Solaris o la Maquina de sodomizar a todos es, en definitiva, una alusión al vacío, al agujero, un intento de materialización de lo imposible de decir. Si se apela a los simbolismos clásicos, el sol también podría ser la idea del padre, o al menos una versión de éste.
El artefacto-libro atravesado por un agujero que no es una falta, sino la desaparición misma de la falta es una forma de representar que todo está colmado, sin la falta imaginaria que es condición sine qua non para la circulación del deseo mismo. En este caso el agujero es la materialización de la desaparición de la falta, un intento por negar ese límite estructural que conecta finalmente el significante con el significado.
Es posible interpretar el artilugio planteado por Camilo Barriga, y en tanto interpretable, adquiere un estatuto de metáfora, pero es posible también la lectura opuesta, la de la extinción de la metáfora, porque, en el agujero entre significante y significante, no hay articulación posible para la construcción de la cadena, sino solo efectos de condensación, derivado en metonimia pura.
Desde la vertiente de la desaparición de la metáfora, y el paso a lo metonímico, la poesía y la escritura resuenan como un intento de poiesis de un borde para que se evoque algo del orden de un límite, o finalmente el intento por armar un cuerpo, porque un cuerpo que no ha sido marcado por el significante es un cuerpo sin límites.
Con el agujero como parte de la escritura misma, lo siniestro se hace presente, a partir del juego presencia–ausencia, que evoca una falta de límite y su efecto radicalizado de interpretaciones infinitas.
Cada uno habitará desde su experiencia en la propuesta del vacío-agujero, como una suerte de estratagema que da consistencia a esa dislocación de sentido que es generadora de angustia.
Es necesario discurrir por los poemas y no detenerse en el intento de evocación de sentido para conectarse con las sensaciones que su lectura despierta, para sentir el efecto de esa fragmentación ya mencionada. Anus solaris o la máquina de sodomizar a todos, también es una provocación, sobre todo por la constante posibilidad de ser absorbido y de deslizarse en su vacío, que se condensa como el eje fundamental de la experiencia sobre el cual las palabras quedan suspendidas y determinadas por fuera del sentido.
Hay una sensación de algo así como un silencio radical, como ese silencio de un cuerpo sin límites, que se desvanece en la extrañeza del intento de habitar o estar habitado por el lenguaje, la experiencia de un cuerpo golpeado por el efecto del significante en estado puro, sin articulación, como un sonido o murmullo.
Esta ruptura de articulación hace que cada significante funcione suelto en el contexto mismo de cada poema, porque es notorio que las conexiones no son naturales. Se puede entender la propuesta de Camilo Barriga como una intención súbita por recomponer algo a partir de elementos inconexos, pero íntimamente ligados para recuperar la sensación y la experiencia de una vivencia inefable en la escritura misma.
Esa fragmentación es también la impresión que el ejercicio de la lectura provoca. Uno se siente confrontado con la necesidad de seguir el ritmo de los poemas o de reconstruirles un ritmo, pero es inevitable no reconocer esa imposibilidad, pues no hay ritmo, solo cortes abruptos provocados intencionalmente en la ruptura que genera el agujero.
En Anus Solaris o la máquina de sodomizar a todos, prima un deslizamiento de sentido que se organiza a sí mismo en una lógica posiblemente incomprensible para el lector. Uno lee lo que puede y se podría decir también que entiende lo que alcanza a entender, pero no es así, y no lo es justamente porque no hay nada que entender -en el sentido literario- lo que al final de cuentas decanta como el estilo mismo del texto.
Si se asume que el efecto de sentido es relativo, se abre la posibilidad del encuentro con otro sentido, un sentido de verdad, la verdad del sujeto o la verdad del inconsciente, presente pero desconocida para uno mismo, en este caso, reconocida por fuera de la articulación significante, que emerge como sensaciones, inquietantes y extrañas.
A partir de cierto punto, en el que uno puede decidir simplemente dejarse llevar, se reconoce de inmediato, que esa elucubración en el lenguaje se transforma en una intención por transmitir algo de lo inefable de la vivencia en la escritura.
Es a partir del reconocimiento constante de signos que materializan la angustia, y la descomposición corporal, que se comprende la propuesta como si se tratara de un ejercicio de rechazo a un algo que podría permitir ordenar y organizar el discurso, el rechazo a la relación con el Otro del lenguaje, a la idea de una ley paterna que organiza las relaciones del sujeto con su propio goce
Podría también pensarse a Anus solaris o la máquina de sodomizar a todos, como un escenario onírico, hasta confuso, en el que prima un tono delirante, que parece tener a lo real del cuerpo mismo como superficie de escritura, y que al mismo tiempo se transmite como des-organizado, suelto, por un lado la idea de un cuerpo que no existe y por otro sus órganos, carne, neuronas y también sus fluidos, todo alrededor de un orificio.
Lo que está en el trasfondo es la verdad misma expresada como incomprensible, una verdad sobre la angustia que es accesible solamente a condición de no poder articularse en el sentido, la expresión de un diálogo desde la experiencia subjetiva de fragmentación que intenta encontrar un sucedáneo para su manifestación.
Hay también una suerte de presencias ajenas que se mimetizan como voces, otras voces, que en tono categórico cuestionan o interpelan, tal vez al autor, o tal vez al lector, casi en tono burlesco, ironizando lo que podría rescatarse, destrozando de esa manera todo intento de organización. Surgen necesariamente las preguntas: ¿Quién habla? ¿A quién hablan?
Ni que decir de ciertos simbolismos que refuerzan la necesidad de inventar un borde que delimite esa vivencia inefable, como una suerte de raíz imaginaria que pueda mantener las cosas en su lugar.
Edgar Marcelo Guzmán Daza