A tu partida
Sobre ‘Lo más bonito y mis mejores años’, de Martín Boulocq, filme que forma parte de la muestra de cine boliviano que se realiza en Ohio, Estados Unidos, y que se proyecta el 19 de agosto. Se puede acceder a las películas que forman parte de este ciclo desde el portal de BoliviaCine.com de forma gratuita.
Las expresiones de lo cotidiano no se borran de la memoria, pero corren el riesgo de pasar desapercibidas. Por eso, desde la organización estudiantil Abya Yala de la Universidad Estatal de Ohio y de la Carrera de Comunicación de la Universidad Privada Boliviana se han organizado una serie de actividades destinadas a visibilizar el arte fílmico nacional. Estás consisten en una muestra a la que se podrá acceder de forma gratuita en el portal de BoliviaCine y, también, en la organización de espacios como este, que nos invitan a abrir discusiones sobre el cine boliviano.
La pieza que nos concierne esta semana es Lo mas bonito y mis mejores años (2005), el primer largometraje del director cochabambino Martín Boulocq. Premiada en los festivales de Guadalajara, La Habana y Valdivia; la crítica la incluyó dentro de las 12 películas indispensables para la historia de Bolivia. Narra la historia de Berto, (Juan Pablo Milán) un joven solitario que intenta vender el auto que heredó de su abuelo para salir del país. Lo ayuda Víctor (Roberto Guilhon), un personaje que refleja cualidades opuestas, pero con quien comparte una cercana amistad. Su relación cambia tras la llegada de Camila (Alejandra Lanza), la novia de Víctor. Los tres se ven envueltos en conflictos propios de su juventud, aquellos que los llevan a percibir la fragilidad que los habita. En un ambiente melancólico y despintado, Lo más bonito y mis mejores años es un viaje hacia ninguna parte. O, quizás, hacia el interior.
La imposibilidad de cruzar un puente que conduce a nuevos sitios. La travesía impedida por un camino inútil. Autoexilio quebradizo. El plano se ve fragmentado por el paso de los autos. Se distingue un transeúnte en medio de formas veloces. Frente a la cámara, a la mitad izquierda del cuadro, Berto camina por el borde de la avenida. Desamparo. Abatimiento. Va en dirección contraria al resto. ¿Hacia dónde se dirige? La escena descrita apertura la cinta.
Si hablamos de las expresiones cinematográficas que retratan a Cochabamba, esta película es un gran ejemplo. Supone un intento de atrapar sus contradicciones a través de lo verosímil. El crecimiento de una ciudad que nunca se disocia del campo. La vida en un espacio atravesado por sus nuevas prácticas y por sus costumbres. El desplazamiento ante una fuerza que atrae y a la vez repele. Lejos de cualquier idealismo, muestra una cotidianidad marcada por la informalidad, la tradición y el contraste. Es un honesto reflejo de un lugar que conocemos, pero que no solemos ver en pantalla.
Los personajes encarnan la complejidad de su contexto. Se diferencian por su carácter, por lo que atraviesan, por los factores socioeconómicos que determinan su realidad. Un pasaje de avión termina siendo —en el sentido más amplio—una invitación de vuelo. Pese a ello, los une su conflicto. Confiar o temer. Atarse al origen o buscar algo nuevo. Conformarse o empezar de cero. Destetarse y confiarle al olvido. Sin duda, también los une el Volkswagen del 67. La “encarnación de Juan Lechín” que carga con un peso histórico, un resentimiento con el pasado, una historia familiar. Como consecuencia, la esperanza de dejarla atrás, de correr, de marcharse. “Lo que se conoce en inglés como rebirthing”. Pero al auto le roban las llantas. No logran venderlo. No arranca. No avanza. Igual que todos, está estancado. ¿Es mejor mirar hacia atrás o hacia adelante?
Aquello se manifiesta a través de una cámara en mano que insinúa movimiento, que recorre hacia el lado de lo que no tiene remedio. A veces intrusa, observa desde ángulos ocultos. Vigila los momentos de intimidad, captura lo que se hace cuando se cree que nadie observa. Los recursos se vuelven más orgánicos ante la naturalidad de la interpretación y en incorporar dinámicas cercanas a la improvisación. Sobre esta fluidez; la barrera entre el actor y la actuación se difumina. En un gesto de confianza, sumerge al espectador al interior de la narrativa. Al modo de Jarmusch, se identifica un adentramiento en los personajes antes que en lo que les ocurre; diálogos naturales, realistas; una confección del tiempo y ante todo, el espíritu de lo independiente. Es bajo ese último término que podemos apelar a la necesidad de conocer este tipo de obras, donde la variable de lo independiente trasciende. Y como lo vemos en Boulocq, se adscribe al modo en que dirige, se disgrega de una tradición rígida.
Lo más bonito y mis mejores años carece de pretensiones solemnes. No devela un mensaje político. Más bien, refleja una visión propia, una vivencia personal. Construye sobre un ambiente familiar y emotivo. El retrato de lo cochabambino. El fantasma del pasado. La abuela regando sus plantas. El joven que carga sus maletas. El auto rojo del 67 y el dilema que representa. ¿También es su dilema?
Wara Moreno
Estudiante de la carrera de comunicación de la Universidad Privada Boliviana (UPB)