¿A qué le teme una bailarina en cuarentena?
Un retrato de Katia Carranza, primera bailarina del Miami City Ballet, confinada y limitada en su profesión desde el 24 de marzo cuando dio inicio la cuarentena en esa ciudad estadounidense.
Aurora Villaseñor/Gatopardo
Así arranca la mañana de otro día de confinamiento para Katia Carranza, primera bailarina del Miami City Ballet. En esa ciudad se han confirmado más de 14 mil casos de coronavirus, y ella se pregunta todos los días cuándo podrá volver a bailar.
Katia Carranza se acerca a su teléfono celular para saludar a quienes van incorporándose desde sus hogares a su clase virtual. Viste un leotardo negro ceñido a la cintura, que de tan angosta, parece frágil. Lleva puestas unas mallas rosas bajo un tutú vaporoso que alcanza sus rodillas.
Así arranca la mañana de otro día de confinamiento en Miami, donde se han confirmado más de 14 mil casos de coronavirus según el mapa de conteo de la Universidad Johns Hopkins.
Carranza dirige los primeros ejercicios de la clase gratuita para principiantes que organizó el Miami City Ballet, como parte de una estrategia ideada por la directora artística Lourdes López para mantener a los bailarines entusiasmados y evitar que el encierro les robe la inspiración.
“El ballet tuvo la iniciativa de compartir estas clases para mantener al público y a nosotros mismos enfocados y conectados con la danza. La compañía se comunicó con varios de nosotros para que diéramos clases para todo el mundo en Instagram live y en mi caso, para hacerlo en español”, dice por teléfono.
De piel blanca y ojos negros, al igual que el cabello que esa mañana amarró en un chongo improvisado, la bailarina no pierde de vista el celular gracias al que transmite en vivo a través de su cuenta de Instagram
En un contexto como este no tendría sentido el peinado rigurosamente estirado con el que se presentaba ante los reflectores del Adrienne Arsht Center, entre muchos otros recintos, antes de que cerraran sus puertas por la pandemia de Covid-19.
La última vez que pisó un escenario fue el domingo primero de marzo. “Desafortunadamente ya no alcanzamos a presentar el programa cuatro, que era Don Quijote. Lo íbamos a bailar el 20, pero lo pasamos para la próxima temporada. No se va a perder, porque ya esta ensayado”, dice.
Más allá de sus alumnos virtuales, hoy carece de un público al cual contagiar de su pasión y a eso la acostumbró la danza: a la suma de esos instantes en los que cientos de personas la vieron consumar un giro tras otro desde butacas de terciopelo rojo.
En 1998 Carranza ingresó al Miami City Ballet como parte del cuerpo de baile, en 2001 se convirtió en solista, y en 2003 fue ascendida a solista principal.
El nombramiento de primera bailarina, el más alto al que se aspira en la disciplina, lo alcanzó en 2004. Su debut fue en el Arsht Center, donde bailó Coppélia, que cuenta la historia de un juguetero que guarda muñecas de tamaño humano en una casa misteriosa.
Entre los muchos personajes que ha interpretado están también la Bella Durmiente, Cenicienta, Julieta y Giselle. Desde que aprendió que lo que sucede sobre el escenario son relatos vivos, Carranza se ha dedicado a contarlos con coreografías del legendario maestro de la danza George Balanchine, en obras como: Stars and Stripes, Concierto barroco, La Valse o Ballo della Regina.
“Es verdad que nos hacía falta descansar, veníamos de muchas funciones y de bailar mucho tiempo seguido, pero ahorita sentimos la necesidad de regresar al escenario y a ensayar al cien por ciento”.
Esa era su vida antes de la pandemia, antes del 24 de marzo, cuando el alcalde de Miami, Francis Suárez, dio por iniciada la cuarentena. A partir de ese momento las salidas en la ciudad se limitaron a comprar alimento, medicinas o realizar trabajos esenciales en hogares y negocios.
Ahora los días se le van encerrada en su departamento, tratando de animar a su cuerpo y conservar su dinamismo. Del rigor con que entrenaba sus músculos y adiestraba sus articulaciones durante ocho horas al día, quedan como consuelo tres horas diarias de ejercicios.
¿A qué le teme una primera bailarina durante el encierro? A que su cuerpo pierda la fuerza y elasticidad obtenida tras muchos años de trabajo duro.
Katia Carranza nació en Monterrey. Su mamá decidió enviarla a una academia de ballet cuando se enteró de que su prima iría a una.
Fue ahí donde se asombró por primera vez viendo a otras niñas como ella dominando el equilibrio mientras ampliaban los alcances de su estilizado cuerpo. Para los 13 años ya tenía colgada al cuello una medalla de plata que indicaba el segundo lugar de una competencia a nivel nacional en Guadalajara.
En 1994 ya era estudiante de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, donde pasaba cinco días a la semana de tres de la tarde a ocho de la noche. Así vivió durante ocho años y al graduarse entró al Ballet de Monterrey como solista.
La pandemia que la sorprendió en el Miami City Ballet la tiene envuelta en restricciones e incógnitas, y la “normalidad” se siente ya muy lejana.
“Nos están dando clases en línea todos los días. La de acondicionamiento dura una hora, ahí trabajamos tobillos y piernas, utilizamos pesas, hacemos planchas, abdominales, etc. Eso lo trabajamos en el ballet pero de otra forma, con el baile. Este nuevo formato nos obliga a hacer dos minutos de ejercicio por uno de descanso y los primeros días yo no podía caminar”.
“Nos perjudican las condiciones. Algunos no tienen barra, pero se soluciona con una silla. Otros no tenemos el piso adecuado para hacer saltos y así es difícil trabajar con las puntas. Hay que tener más cuidado de algún accidente o resbalón, no salto mucho por lo mismo”, dice.
La primera bailarina del Miami City Ballet lleva ahora la vida de una profesional próxima a retirarse. La experiencia le recuerda aquella vez en la que se fracturó la tibia izquierda, cuando recién comenzaba su carrera en la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey.
En ese entonces le ordenaron suspender las sacudidas corpóreas y la princesa de los relatos de hadas lloraba todas las noches en su cama maldiciendo aquel castigo. Durante ese periodo su vida cambió, de día se convertía en algo parecido a la asistente de vestuario de las bailarinas y el único papel al que llegó a darle vida fue el de alguna nana con pocas intervenciones sobre el escenario. Así pasó un año hasta que una mañana su maestra entró al salón y la encontró de regreso, al pie de la barra, expandiendo los límites de sus tendones.
Esta nueva forma de vida le ha permitido momentos de introspección en los que recuerda épocas como aquella, pero el tiempo que en un inicio la hacía relajar sus músculos estresados comienza a sobrar. “Es verdad que nos hacía falta descansar, veníamos de muchas funciones y de bailar mucho tiempo seguido, pero ahorita sentimos la necesidad de regresar al escenario y a ensayar al cien por ciento”.
Inquieta y entre muros, se pregunta todos los días cuándo es que volverá a bailar.